La potencia de la fea y mala mujer
Publicado por Erika Irusta Rodríguez en el boletín del Camino Rubí. Este material se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-
Boletín 1-2013
Cuando soy buena, soy muy buena pero cuando soy mala, soy mucho mejor.
Mae West
Imagen: womAn After Dark por Boegh, compartido en Flickr.com bajo Licencia Creative Commons (Atribución y Compartir igual).
Así comienzo. Así sigo la puntada en este nuevo año, dando espacio, voz y cuerpo a la mujer mala. Mujer mala que además es Mujer fea y que por todo ello es Mujer arpía. Es esa mujer que también soy la que, hoy, se quiere desnudar en estas páginas. Me pregunto: ¿Cuánto tiempo de nuestra vida nos pasamos maquillando a esa mujer mala y fea que somos? ¿Cuánto dinero invertimos en hacerla desaparecer? Y ¿Cuánta energía gastamos en ocultarla bajo las capas de chapa y pintura que maneja nuestra culpa?
En los talleres dedico mucha energía en explicar el tiempo, el espacio y el cuerpo de la mujer mala y fea que es la fase premenstrual. A esta fase le tengo un cariño muy especial (podéis ver video conferencia sobre el mal llamado Síndrome PreMenstrual) porque es la fase que más me ha costado integrar pese a ser la más reconocible y destacada de todas. Le dedico muchas horas de estudio a la sombra y a los agujeros negros que nos componen.
Creo fervientemente en la fortaleza que otorga reapropiarse de esos insultos que hemos tenido que soportar y utilizarlos de bandera propia y común. Por ello, aquí y ahora, deseo que pensemos en la mujer fea y mala, esa que nadie quiere mirar por miedo a que se le vaya a escapar el alma o le vaya a convertir en piedra al mas puro estilo Medusa. Pero quiero ir más allá, quiero descubrir nuestra ceguera y falta de voluntad para reconocerla y amarla en nosotras.
Yo soy una mujer que, de manera genérica (si así se puede decir) soy considerada guapetona, resultona, atractiva o lo que la otra persona quiera decir. El asunto es que para la mayoría de los mortales (que no es la humanidad al completo) no resulto fea. Es una realidad que me parece estúpida negar y que, lejos de la falsa modestia, no entiendo por qué debería decir lo contrario. Ser resultona para los otros/ las otras no quita pan, es decir que no alimenta y menos si nunca me he vivido como tal. Desde muy pequeñita siempre me valoré como fea, como una niña gafotas, impertinente, gordita que hacía y decía lo que se antojaba y que por ello estaba más sola que la una. Con lo que de poco o nada me sirvió ser atractiva a la mirada ajena. Pero, un momento, ¿qué significa ser fea? Ser fea es ser diferente de lo esperado. Ser fea es, no sólo una cuestión genética, sino una forma de estar y ser en el mundo. Las feas por orden natural (el orden del sistema) tienen un papel segundón en el teatro de la vida. A veces son simplemente figurantes porque lo que tienen por decir no tiene peso ni valor para los productores de este teatro llamado vida.
Las feas son de muchos tipos diferentes pero se clasifican en tres grandes grupos: está el tipo de “patito feo” que como en la historia, con esfuerzo y perseverancia, se transformará en un hermoso cisne; la fea del estilo “Anastasia, la hermana de Cenicienta”, aquella que envidia a la bella porque asume que jamás tendrá los privilegios de ésta y sólo le queda arruinar a la primera para quedarse con la sensación de haber ganado algo; y aquella que es fea, lo sabe, se honra y se la suda lo que digan de ella. Bien, como apunté antes, ser fea no es una cuestión de físico sino de cómo se siente una consigo misma y de cómo es percibida por los demás (punto clave).
Querer encajar con el sistema o lo que llamamos “convertirse en un hermoso cisne” es un ejemplo de cómo perderse de verdad. Sí, hay mujeres que no tienen una simetría cincelada. Sí, hay mujeres de caderas anchas y pechos pequeños como servidora. Sí, hay mujeres de huesos estrechos y barrigas bailonas. Sí, hay mucha fea poblando el planeta.
Pero el problema no somos nosotras sino lo que hacemos por dejar de ser nosotras. El adjetivo fea es el adjetivo más temido junto con mala y arpía. Ser considerada fea es síntoma de una pérdida capital erótico[1] en una sociedad en el que éste cotiza a la alza. Como patitas feas creo que es importante saber que en realidad somos más que eso y que hay diferentes aves en el lago. No diré la cursilada de que todas somos cisnes, pues sería un recurso fácil que volvería a alejarnos de esa palabra que nos angustia. Para la RAE ser fea es estar desprovista de belleza y para estos mismos señores belleza es la propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo deleite espiritual. Con lo que una mujer fea (sujeto que no objeto, aunque siempre hemos sido tratadas por la RAE como objetos bonitos y feos) es susceptible de no ser amada por esa falta de propiciar el deleite en los demás (estos demás tiene un poso masculino importante).
Parece que vamos llegando al meollo de la cuestión: ser fea está relacionado con la percepción de los demás sobre nosotras y en especial con ser susceptibles de ser o no ser amadas. Interesante. Se hace comprensible porqué nos aterra tanto que nos llamen feas. Más que ser o no ser feas lo que nos asusta es que nos vean feas. Cambia, ¿verdad? Pues es sobre esta forma de relacionarnos con nosotras como si fuésemos objetos donde deseo que trabajemos en nuestra fase premenstrual. Nosotras, por mucho que sepamos que somos personas tendemos a mostrarnos ante el mundo como muñecas, maniquíes, títeres o estatuas de sal (es decir, objetos). Si no fuera así ¿por qué tanto esfuerzo en no mostrar nuestra fealdad? Por cierto ¿quién decidió los cánones de belleza? ¿Acaso los marcamos nosotras? Los conceptos femenina y feminidad, en nuestra sociedad occidental, han estado manipulados por el masculino patriarcal con lo que puede ser que aquello a lo que denominamos como feo no sea tal. Pero aún así ¿qué hay de malo en mostrarse fea?
Renegamos constantemente de la sombra, de la oscuridad. Maquillamos, higienizamos e iluminamos cada rincón de nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestro salón con tal de hacer desaparecer las malas hierbas (lo feo). Hay una frase mi amado Taisen Deshimaru que reza así:
Las flores se marchitan aunque las amemos y lo lamentemos y la mala hierba crece por más que queramos abandonarla y por mucho que la detestemos.
Sí, hagamos lo que hagamos siempre seremos feas. Y hagamos lo que hagamos siempre seremos bellas. Tratar de ocultar, separar o bien amputar es una ilusión que nos lleva a la locura. Nuestro cuerpo, si atendemos, nos muestra el camino. Cuando somos la Señora Afrodita (yo llamo así a la fase ovulatoria) estamos resplandecientes. Es un estado que hemos aprendido a llamar de gracia. En cambio cuando mudamos la piel a la Señora Premen (me gusta su nombre simple y de barrio) no aceptamos la caída de las hojas.
Renegamos de la potencia de nuestra fealdad que en realidad es hermosura, porque ¿qué mayor belleza hay que la de una mujer que se goza por todos los rincones, aún en su noche más oscura? En ese cuerpo de mujer hinchada, de cabello graso, de mirada perdida y de mente trasnochada sólo vemos lamento, cuando lo que hay es potencia. No aceptamos un cuerpo en su otoño, somos las primeras en reclamar la primavera o el verano perpetuo y esto es un fallo que nos rompe en mil pedazos.
Además de feas, decidimos ser malas. Esto es que nos negamos a seguir cayendo en esa claustrofóbica tentación del bien[2] que nos lleva a la eterna sonrisa que, sostenida de dos oxidadas alfileres, nos desfigura el cuerpo y el alma. Cuando estamos premenstruales debemos reclamar con fuerza y arrojo nuestro derecho (que si bien no es por la ley del Hombre es por la ley del cuerpo) a ser feas, malas y arpías. Estos son los calificativos que se utilizaron contra las mujeres que, de voz y de acto, dieron cuerpo a su deseo. Por ello es un honor retomar ese legado.
Pero ¿Cómo hacerlo?
1. Conoce a tu Señora Premen
Sí, somos 4 mujeres (mínimo) con lo que es de suma importancia que conozcas las potencialidades y retos de cada una. Si quieres conectar con tu sombra, conocer a la mujer “orgullosa de ser fea y mala” no hay mejor que la fase premenstrual para llevar a cabo dicho encuentro. Tú no has de ir a ningún sitio porque ella (que eres tú) llegará a su tiempo. Sólo has de dejarla (dejarte) espacio. Por cierto búscala (búscate) un nombre especial para esta otra mujer que también eres.
2. Practica el “Va a ser que no”
En esta fase y en la preovulatoria (ésta es: los días después de la regla y antes de la ovulación) te será más sencillo comenzar a decir que no ¿Cómo? ¿Qué no sabes decir que no? Tranquila que eso se aprende como todo en la vida, practicando. Puedes hacer una lista de aquello que sobra en tu vida, de aquello que ya no te aporta nada o que, de aportar sólo es un lastre y ¡listo! Ya puedes comenzar a decir que no y sacudirte el polvo. Si te preocupa el qué dirán, te aviso que en fase premenstrual y preovulatoria poco o nada te va a importar. Así que aprovecha la mujer que eres en cada fase para dar ese salto que tanto necesitas.
3. Despéinate, desmaquíllate
Y si hace falta saca el chándal del armario. Sí, como lees. Las mejores experiencias ocurren estando despeinada. Si te da un poquito de grima salir a la calle de esa guisa, ¡atrévete!. Si te cuesta salir sin maquillarte pregúntate qué tienes que ocultar tras el colorete. Sin agobios ni culpas. Pero hazlo. Te van a querer igual, vas a gustar lo mismo y si no te quieren o no gustas sin peluquería ni sin maquillaje, eso que ganas pues alguien que no ama la potencia de una fea, mala y arpía no merece ni el aire que respira. Muchas personas, en especial hombres, temen a la mujer cruda, la que se muestra con sus perfectas imperfecciones y no se oculta. Es fundamental que nosotras, cada una a su ritmo, podamos mostrar esa mujer que también somos.
4. Ríete a carcajadas
Y no te tapes la boca con la mano. La carcajada está prohibida para las niñas buenas, para las amantes esposas, para las dulces madres y para las profesionales competentes. Nosotras, las feas-malas-arpías, sí que podemos hacerlo, de hecho es uno de nuestros rasgos más significativos. Deja que tu cuerpo se retuerza de esos gustosos espasmos que provocan las grandes carcajadas. Para que puedas empezar te dejo con esta entrada de la Revista Norma Jean Magazine Blogueamos en directo las 50 sombras de Grey. (Si te ha gustado el libro, es perfecto. Hay que aprender a reírse hasta de nuestra sombra. Recuerda no taparte la boca. Deja que fluya la risa grande y redonda.
5. Haz un hueco a la sombra
Construye tu propio nido, donde puedas estar a solas contigo o en intimidad con otra mujer de confianza. Un lugar en el que poder estar desnuda frente a tus fantasmas sin vergüenza ni complejos. Permítete estar gris, ceñuda, triste, rota, cabreada. Son estados imprescindibles que has de recorrer de cabo a rabo. Es lógico que te cueste porque no estamos acostumbradas y nuestro entorno se siente incómodo si nos descubren así, pero es un reto que no podemos obviar.
La sombra es la que permite la profundidad y da dimensión a nuestra vida. Muchas veces nos resulta desagradable por nuestros prejuicios que por sí misma. Dale espacio. No te defraudará.
Lo importante, la clave, es no tenerse miedo a una misma. No hay nada en nosotras que sea una vergüenza o un deshonor. Estos juicios son una herencia a la que hemos de renunciar. Es un camino largo pero el tiempo, queridas, lo tenemos. Está para nosotras si decidimos hacerlo así.
Así que ¿a qué esperas para conocer a la increíble mujer fea-mala-arpía que, también, eres?
*Escrito en fase premenstrual*
Con Amor, Gozo y Revolución
Erika Irusta Rodríguez