Círculo de sentires entre mujeres
Círculo vigésimo séptimo.
Noche del 5 de diciembre del Año del Dragón 2012.
Círculo femenino de sentires.
¿Dónde fue? En la casa de Sonia (Bogotá).
¿Cómo se convocó?
Compartiendo sentires.
Para reencontrarnos, para compartirnos, para saber cómo estamos, para contar, para escuchar, para simplemente estar, para celebrar un año más de reunirnos en círculo…
Porque cuando nos reunimos y hablamos sobre lo que siempre se calla, la sabiduría colectiva que llevamos inscrita en los corazones desde antes del tiempo aflora naturalmente…
Algo sobre el círculo…
Pienso que siento.
Porque sentir, sentir, solamente se puede sentir. No se puede decir realmente lo que se siente, porque al pasar por las palabras el sentir se deforma, pierde algo de su esencia: no es lo mismo.
Quizás esa sea una diferencia entre la voz de la mente y la del corazón. El corazón no habla en realidad con palabras. Habla con sensaciones, con saltos en el pecho, o malestares en el vientre, o dolores en la espalda, u hormigueos en la nuca o humedad en la vagina, o un dolor súbito en el pecho. Esas cosas que no se pueden explicar bien, que no se pueden decir, que simplemente sentimos. Y hay que observarse durante mucho tiempo, durante muchos ciclos, durante muchos estados, para ir comprendiendo qué quieren decir esas sensaciones. Como que cuando el cuerpo enferma es porque nos está gritando algo. Porque quizás algo se está rompiendo por dentro sin que nos demos por enteradas, en ese por dentro que nosotros no sabemos bien dónde queda pero se siente en un lugar oscuro y cálido adentro (o claro y luminoso, pero adentro). Entonces el cuerpo grita, y si no le escuchamos, simplemente nos tiende una amorosa zancadilla para que hagamos lo que corresponde, que en la mayoría de enfermedades se manifiesta en últimas con un: deténte, descansa, suelta, aclara tu mente y observa lo que está pasando en tu vida antes de que se acabe.
Conocernos y observarnos nos enseñará más sobre nostras mismas que cualquier opinión que tengan los demás sobre nosotras. Entonces nos observamos y vemos que hay días que rendimos a 1000 y otros días no alcanzamos ni a 10 {y ambos estados están bien}. Que hay días en que rebosamos de energía y de ideas, y otros días estamos abúlicas y solo queremos dormir todo el día {y en ambos casos lo estamos dando todo}. Somos cíclicas, como todo en la vida, y a veces estamos así y a veces asá y no pasa nada. No tenemos que ser la Mujer Maravilla y de todos modos, ¿a quién le interesa? Es la voz de la mente la que nos convence de que es importante hacerlo todo, poderlo todo, merecerlo todo, lograrlo todo. Para poder ganar {porque es el ego el que nos impulsa a ganar} y así podernos comparar y… salir ganando. Pero en las comparaciones, como en cualquier competencia, no hay verdaderos ganadores pues todos están presos en el mismo juego, que deja por fuera a la felicidad, la paz o la tranquilidad y nos tiene persiguiendo trofeos y coronas como si eso fuera lo que más importa. No es de extrañar que el mundo esté hundido en lo que está. {Entre paréntesis, sospecho que el feminismo que nació en los sesenta nos vendió esa idea de convertirnos en mujeres perfectas en todas las facetas imaginables de la vida, para demostrar que valíamos tanto como los hombres. Como si no pudiéramos ser mujeres normales, no supermujeres, para seguir estando a la par}.
¿Y qué es lo que queremos ganar, al final? ¿Una distinción? ¿Una medalla? ¿Un certificado? ¿Un cheque? ¿Una palmadita en el hombro de nuestro jefe? ¿Una mirada orgullosa de nuestros padres? ¿Una plataformita para poder subirnos en ella y decir «soy Mejor»? ¿Mejor que quién? ¿Mejor en qué? Todos somos diferentes, hábiles en algunas cosas pero no en otras. Todos. Lo que para unos es lo más importante, otros ni siquiera notan. Lo que para unos es la meta máxima de la vida, para otros es un incordio. ¿Quién dictamina cuál vida vale más? Cada quien vive en su historia, casi siempre encerrado en su propio y único embrollo mental. Pero a la larga estamos todos aquí, en esta Tierra única donde todos formamos parte de lo mismo, somos un tejido sobre el planeta junto con lo que comemos, lo que respiramos, lo que vestimos, sobre qué pisamos. Y vivimos juntos, nos guste o no. Aparte de este planeta, no hay muchas más opciones {al menos por ahora}. Así que valdría la pena que, mientras estamos aquí, nos lo pasemos bien. Más allá de demostrar si tenemos o no la razón, más allá de señalar al equivocado, de juzgar al «errado», de sermonear al «perdido», valdría la pena comportarnos más como seres humanos y ser capaces de mirar al otro con verdadera compasión. Ponernos en el lugar de…
¿Vale la pena iniciar una discusión para demostrar que el otro está equivocado? ¿A quién más, aparte de tí, le importará que tengas puesta la corona de la razón? ¿No estaría mucho mejor estar tranquilos, cada uno en lo suyo, y mirar siempre al otro con los ojos del corazón? Nadie sabe nada del camino que los otros han recorrido, porque cada camino es único. Ni siquiera la persona que nos es más querida conoce absolutamente todo sobre nuestra vida. Y nadie necesita saberlo todo sobre los demás, cuando es capaz de descubrir el amor en otros ojos y comprender que todo lo que han hecho es lo mejor que podían hacer en la situación en la que estaban. Su camino, cualquiera que haya sido, los llevó hasta allí y la opción que eligieron en cada encrucijada fue la que desde su perspectiva se veía mejor que las demás, así fuera en ese único instante en que la tomaron. Hay decisiones «chotas», o eso nos parece, pero cada quien sabe por qué las tomó. Juzgar es inútil y solo crea más divisiones en una sociedad donde deberíamos estar tejiendo los lazos, en vez de cortarlos. Sí, todos tomamos decisiones que luego se revelaron equivocadas, pero que definitivamente nos enseñaron algo sobre nuestra propia oscuridad. Y quien ha pasado por allí sabe que desde las oscuras profundidades surge de nuevo la luz. Siendo así, ¿podemos juzgar como errados los caminos que nos regalaron esa experiencia? ¿No forma parte del vivir el equivocarse? Y si es así, ¿qué importa entonces quién tiene la razón? A veces se tiene y a veces no. ¿Y qué?
Así que basta con ser quienes somos y hacernos cargo de lo que sentimos. ¿Nos sentimos cansadas? Entonces descansemos: soltemos lo que nos pesa {sí, eso que nos machaca cada tanto por dentro aunque nunca se lo confesemos a nadie} y démonos un respiro. ¿Estamos ensimismadas y silenciosas? Entonces no hablemos con nadie, démonos el permiso de encerrarnos todo el día, apagar el celular, descolgar el teléfono y cerrar las cortinas, pongámosle seguro a la puerta de la habitación y hagamos lo que a nuestro sentir le apetezca. ¿Nos sentimos arrebatadas de felicidad? Entonces disfrutémosla sin barreras, sin acartonamiento, sin culpa y sin vergüenza.
A veces seremos mujeres decididas, otras veces temerosas. Podemos ser serviciales y hurañas, sonrientes y distraídas, voluntariosas e indecisas, deseosas y apáticas. Y todas estas mujeres {y las infinitas más que se te ocurran a tí} serán lo suficientemente buenas. Serán lo que deben ser porque las dejamos salir de nuestras entrañas. Esos estados nos hablarán de nosotras, de quiénes somos, de cómo nos comportamos, de por qué actuamos como actuamos. Quizás estas preguntas no tengan respuestas conceptualmente lógicas, pero en algún lugar dentro de nuestras entrañas, allí en el vientre, donde se siente tan profundo, lo sabremos. Sabremos, en esa sensación cálida del pecho o del vientre, en ese sentirnos llenas con esa actividad especial, sabremos que estamos actuando bien aunque nadie más esté de acuerdo. Y no importa: basta con que estemos de acuerdo con nosotras mismas. Convertirnos en nuestras mejores amigas y en cada situación {sobre todo las que más nos agobian}, tratarnos exactamente como trataríamos a nuestra mejor amiga. Las mujeres sabemos cómo hacerlo. Es el mejor antídoto que conozco contra esa voz del juez interior que reproduce en nuetra mente los juicios que todos los demás han manifestado sobre nosotras desde que éramos bebés {porque los bebés entienden, aunque nos hayan convencido de que no}. Trátate como si fueras tu mejor amiga: no te des palo, sé indulgente y suave, dulce, amorosa y paciente contigo. Si lo haces por tiempo suficiente, puede que se vuelva realidad y te conviertas verdaderamente en tu mejor amiga. Entonces nadie podrá detenerte en tu camino hacia la felicidad. Porque ser feliz es lo importante, antes que ser cualquier otra cosa. Y ser feliz es ser quien eres sin barreras.
Esto es algo de lo que me inspiró el sentido círculo de anoche, donde nueve mujeres, brujas, niñas, doncellas, mamás, abuelas y tías {todas las que llevamos dentro}, compartimos lo que necesitaba salir, lo que se sintió alrededor del fuego, lo que salió del corazón, en estos últimos días del año del dragón acuático que llegó lavando todos los garajes y sacando lo que llevaba demasiado tiempo estancado. Y eso que el dragón no se va hasta febrero…
Abrazos circulares para todas.
me encanta saber de la reunion que tuvieron
ojala que el proximo circulo sea mas grande
y veremos una flor mas hermosa
que tal si la proxima vez en enero lo realizan en mi casa
?
un aBRAZO
ESPERANZA
Hola, Esperanza. Gracias por el ofrecimiento. Quisiera hacer el primer círculo del año en mi casa (espero que el 13 de febrero), pero estoy planeando uno de abuelas para invitar a las mayoras (todas nuestras abuelas) a compartir una tarde con nosotras… quizás un sábado, por la facilidad. Creo que tu casa sería un muy bonito lugar para un encuentro así… ¿te animas? No sé si alcancemos en febrero, o en marzo… Cuéntame qué te parece…