Un círculo no es igual a otro
A veces me siento a escribir sobre los círculos —sobre el último círculo— y no sé por dónde empezar, por dónde seguir, y mucho menos por dónde terminar. Pues reunirnos en torno del fuego trae al círculo toda clase de historias, de dentro y de fuera, nuestras y de otros, recientes o remotas. Pero las historias —las mujeres lo sabemos, como lo sabía Scheerezadhe— son mucho más que historias. De allí que vengan y vayan y vuelvan y sigan, se detengan, se quiebren, se vuelvan a unir, se tejan.
Cuando nos escucho sé que en realidad seguimos tejiendo, desde ese temprano círculo en que cuatro de nosotras nos sentamos a tejer en una tarde dominguera de té y galletas. Tejemos historias y vivencias, experiencias y perspectivas, versiones de una historia, verdades comparadas, recuerdos alegres o rancios… tejemos vida, de toda la vida que reunimos juntas. Podernos por fin reír de algo que no nos provocó risa cuando lo vivimos (¿y qué mejor manera de exorcizarlo?).
No nos conocemos. No sabemos mucho las unas de las otras. Pero podemos escucharnos y aceptarnos desde nuestras diferencias, porque en el círculo todas somos iguales, todas tenemos el mismo derecho de hablar, de escuchar, de contar nuestra propia versión. Pues no vemos el mundo igual.
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Por eso mismo un círculo de mujeres nunca es el mismo. El círculo cambia porque sus mujeres cambian. No solo cambian las mujeres que asisten a cada reunión, sino que cambia cada mujer en cada reunión. Nunca somos las mismas, es verdad que somos variables como la luna… pero ¿cómo no serlo, si es la luna la que rige nuestros ciclos femeninos? Además, ¿qué tiene de malo ser variable como la luna? Si el universo está en cambio constante, ¿por qué deberíamos ser las mismas?
Cambiando el círculo cambian sus mujeres y cambiando las mujeres cambia el círculo, como la rueda de la fortuna que nunca deja de girar. A veces bien y a veces mal, la alegría y la tristeza duran lo que tienen que durar y en cualquier momento se van y llega otra cosa. Y sin embargo, seguimos siendo mujeres, y ser mujeres nos hace diferentes de los hombres. Tan diferentes que desde tiempos ancestrales las mujeres han tenido sus propios rituales, sus propias celebraciones, sus propios secretos que en muchas culturas sólo son transmitidos a las mujeres, nunca a los hombres. Y sin embargo, la cadena se rompió en algun momento reciente de nuestra historia, pues ya no nos llegan esas historias, ya no celebramos esas ceremonias y nuestros puntos de encuentro ya no son exclusivamente femeninos.
Nos compenetramos tanto con el mundo y con las dinámicas sociales que olvidamos ser nosotras y valorar los saberes que nos vienen dados por ser mujer. Sangrar el útero cada mes durante toda tu vida fértil no es cualquier cosa. Algo debe darte, aparte de lo que nos convencieron que era una incomodidad insoportable.
{Inspirada por una de nuestras chicas, ensayé lo de recoger mi propia sangre y devolverla a la tierra en vez de tirarla al basurero. Puedo decir, en principio, que me siento mejor de hacerlo: algo de la culpa y la vergüenza que me enseñaron en el colegio fueron perdonadas así, como si mi culpa se debiera en realidad a rechazarme a mí misma. Y es cierto: si lo mejor de mí estaba puesto en esa sangre, destinada a alimentar a otro ser como yo, ¿no es un irrespeto simplemente tirarla a la caneca o al desagüe?}
De cualquier manera, todo lo que nos acerque a la madre, la Tierra, el bosque o la selva, el agua pura, la fuente de la vida, necesariamente nos curará, nos devolverá la memoria de ese paraíso perdido que todos seguimos buscando, sedientos de hogar, amor y paz. Reconocer y aceptar nuestros ciclos naturales es un paso más hacia la conciencia de nuestro origen. Pues en la conciencia, esos ciclos son tan evidentes que no podemos ignorarlos.
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¿Qué es conciencia? Presencia. Estar presente. Estar aquí. Escuchar sin pensar en «lo que voy a contestar». Acallar la voz de la mente…
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En una conciencia atenta se debería formular la pregunta: ¿qué quiero? Una medida para saber si lo que quiero es lo que quiero: ¿vale la pena el esfuerzo que me cuesta alcanzarlo?. A veces hay que recordar primero honestamente cuánto esfuerzo invertimos en algo. Cuánto tiempo. Cuánto estrés. Cuánta ansiedad.
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¿Cómo enfrentarse a las tormentas? Aceptándolas. Las tormentas vienen y van. Cuando están, están. Se acepta que están. Es así. Pasará. Y está garantizado: pasará, como un ciclo más. Mientras tanto, respirar profundo, agua caliente en los pies y té caliente de jengibre. Pasará.
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En la mesa de la cocina pasa toda la vida: nuevas noticias, recuerdos, conversaciones, confesiones. Es importante en toda cocina tener una buena vieja mesa de madera que tenga espacio suficiente para amasar las existencias de los que habitan la casa. Pues en la cocina y en el alimento está el secreto de la felicidad, la longevidad o el amor. En la cocina está el fuego que alimenta al hogar (no por coincidencia la palabra tiene dos acepciones). Es como el corazón de la casa. Y la casa se puede empezar a sanar por la cocina.
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Nuestras abuelas tuvieron la fortuna de vivir en épocas en que la cocina era el espacio privado de las mujeres, donde ellas ordenaban el mundo a su manera. Cierto es que las épocas no fueron tan afortunadas en otros aspectos, pero qué complicado es ahora encontrar un lugar donde podamos reírnos a nuestro antojo y hablar de cualquier cosa… hablar a nuestro antojo y reírnos de cualquier cosa. Y qué complicado reclamar de nuevo el poder que tuvimos durante tanto tiempo de controlar lo que comían nuestras familias.
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¿Qué comemos? ¿Cómo comemos? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos comiendo? ¿Nos tomamos nuestro tiempo? ¿Lo que comemos afecta lo que pensamos? Todo lo que entra por nuestra boca puede salir más tarde por nuestra mente. Cuerpo y mente están conectados de maneras que ni siquiera sospechamos. Aliméntate sanamente y te resultará más fácil ser feliz.
Hasta el próximo círculo.