Sobre el tai chi
{Escrito el 28/08/2010}
Mi maestro me pidió, hace ya tiempo, que escribiera algo sobre el tai chi. Algo para que alguien más lo lea y quizás aprenda algo, que es lo que hace que valga la pena. Mi primer pensamiento —así se lo dije— fue: ¿pero sobre qué escribo? Supuse que si él era más específico yo tendría algo con qué empezar, pues el tai chi abarca tantas cosas que creo que un texto podría a tender al infinito. Él, como buen maestro de tai chi, no me dio ninguna respuesta concluyente, de modo que abordo este escrito en la más absoluta ignorancia.
Bien, me tomo un par de minutos frente a la página en blanco. Así empieza uno a escribir algo, de la misma manera como todos los caminos, cortos o largos, comienzan siempre con el primer paso. He caído en la cuenta de que, considerando todo lo que escribo, nunca se me había ocurrido escribir nada sobre el tai chi. Al menos no intencionadamente, pues escribo un montón de cosas que bien podrían considerarse parte del tai chi.
– i –
sueños
Escribo los sueños, por ejemplo. Los que tengo por las noches y que cada vez más se me confunden con los de la vida real. ¿Has recordado alguna vez algo que no sabes si lo viviste o lo soñaste? Mi primer recuerdo, el primero del que tengo memoria, y que cada vez más es el recuerdo de ese recuerdo, fue la sensación de volar. Estaba en una casa de dos plantas en la que viví hasta los seis años. Yo bajaba por la escalera desde los dormitorios a la sala, pero lo hacía volando: flotaba en el aire, sin que mis pies tocaran el suelo. Desde que tengo memoria he tenido la sensación de que eso fue una experiencia vívida, no un sueño. No soñé que volaba por la escalera. Lo viví.
Ahora, casi treinta años después de ese recuerdo, tengo sueños en los que pienso que estoy despierta hasta que algo absurdo me hace dudarlo. Y sueños en los que sé que estoy dormida y no consigo despertarme. También he tenido momentos en los que creo que estoy despierta, pero la sensación es tan onírica que llega un punto en el que me pregunto si de verdad estoy despierta, o en medio de un sueño. He notado que mientras más detalles de mis sueños soy capaz de recordar, más cuenta me doy de que no hay ninguna diferencia entre los sueños y lo que llamamos vida real.
La mayoría de la gente se sorprende de lo detallados y extraños que son mis sueños. Historias largas, pormenorizadas, llenas de imágenes que cobran más sentido mientras más las examino, las recuerdo y las vuelvo a soñar; soñar despierta; tener sueños lúcidos; tomar decisiones en mis sueños. No tiene nada de extraño para mí, pues al principio mis sueños eran tan fragmentarios, borrosos e insustanciales como los de cualquiera. Simplemente que yo escribo, me gusta escribir y un día decidí escribirlos.
Dejé un cuaderno junto a mi cama la mayor parte de las noches durante varios pocos años y las imágenes empezaron a definirse, a cobrar forma, a sacar más imágenes de sí mismas. Las historias se fueron completando, los detalles empezaron a hablarme de mi vida cotidiana. De mis miedos, de las sensaciones que tengo en situaciones que vivo en la vigilia, de mis preocupaciones, de mis anhelos. Mientras más los escribía, más me hablaban sobre mí. {Ahora recuerdo una de las primeras lecciones de mi maestro: la tarea más importante es conocerse a uno mismo}.
No siempre sueño. De hecho, todavía me sucede que olvido mis sueños la mayoría de las noches. Sin embargo hay semanas, particularmente las que significan grandes cambios en mi vida, en que recuerdo lo que sueño casi todas las noches. O tengo varios sueños en una noche. También hay varias semanas en que no recuerdo mis sueños en absoluto.
Encontré historias en mis sueños, buenas historias. Pero los sueños no eran las historias. Las historias eran la manera en que se contaba el sueño. [[ Advierto que he meditado esto en mis ensoñaciones, pero lo que presento es sólo mi versión, una versión. Contar el sueño (el recuerdo de un sueño) es la historia. No hay otra. La historia se inventa cuando se cuenta el sueño. No soñamos con nuestra tía: soñamos la sensación que nos produce nuestra tía y la mejor manera de describirla es diciendo que era ella. Las sensaciones son tan vívidas y reales que se confunden con lo que no llamamos sueño. Las sensaciones, en el sueño y fuera de él, son las mismas. El miedo es auténtico, las palpitaciones, el sudor, los movimientos bruscos de una persecución. Si no salimos corriendo realmente mientras soñamos es porque al dormir producimos una hormona que «desenchufa» al sistema motor y nos mantiene seguros en nuestras camas —busca en internet, ahí está todo—. Como pedalear en una bicicleta estática: haces el mismo esfuerzo, aunque no te desplaces. ]]
Empecé a escribir mis sueños con la certeza de que podría muy bien distinguir la diferencia entre ellos y mi vigilia, porque en los sueños nunca conseguía leer o escribir nada. Un día tuve la idea de que el sueño es el espejo de la vigilia. Me dediqué un par de minutos {el primer paso siempre es el más importante} a escribir en espejo. Pronto tuve sueños en los que era capaz de leer, y también momentos de mi vigilia en que no fui capaz de descifrar las letras. Un asunto de perspectiva. Hice otro par de ejercicios escribiendo al revés y con la mano izquierda. Mis sueños me complicaron la vida: comencé a escribir también en sueños, y lo p?imero que escribía en ellos era el sueño que estaba teniendo.
Sucede más o menos de este modo: tengo el destello de conciencia de que estoy soñando algo muy importante, muy interesante. Todavía lo estoy soñando y pienso que debo escribirlo al despertar. Lo escribo y cuando ya estoy terminando la historia y me he permitido olvidar la mayor parte de los detalles, me percato de que todavía estoy en el sueño y que necesito despertarme primero para poder escribir algo que pueda leer después en la vigilia. Cuando por fin lo consigo, ya he olvidado más de la mitad de la buenísima historia que tenía en la punta de la lengua.
[[ Sé que a estas alturas del escrito más de uno debe estar preguntándose qué tiene que ver todo esto con el tai chi. Yo misma todavía no lo puedo explicar, pero para intentarlo necesito hablar de otro par de cosas más. {Por lo demás, si alguien quiere aprender tai chi, una de las primeras lecciones que su maestro le dará será la de la paciencia, indispensable y tremendamente poderosa}.
Para los impacientes —a quienes no hay que descuidar—, valga esto por ahora: me doy cuenta de que no es fácil escribir sobre algo sobre lo que es tan difícil decir algo. Solo decir. No creo que exista una definición coherente que explique el tai chi con palabras. Si existiera sería, quizás, un koan: una definición «sin sentido». Pero un «sinsentido» se puede convertir en lo más coherente cuando lo miras desde una perspectiva nueva. ]]
– ii –
moverse
Un cambio de perspectiva puede significar: «me he movido». Es lo que aprendes con el tai chi: a moverte. De hecho, moverte es lo que haces todo el tiempo, aunque no te des cuenta. No trataré de confundirte aquí diciéndote que desde ciertas perspectivas tú permaneces quieto y es todo lo demás lo que se mueve alrededor {el que dijo que la Tierra era el centro del universo tenía y no tenía razón}. No vale la pena embrollarte con eso. Lo comprenderás mejor descubriéndolo por tu cuenta.
Cuando se empieza, la postura correcta es difícil de memorizar y el maestro te corrije una, y otra, y otra vez. Los meses se alargan y evidentemente todavía no la has entendido. Igual, te concentras cada vez en memorizarla, en ver la relación de las partes con el todo, hacia dónde apuntan los brazos, cuánta inclinación hay en las piernas. No importa cuánto te diga tu maestro que lo importante no es la posición sino mantener la relajación durante el movimiento que hay entre cada posición, tú no entiendes e insistes en la posición porque él insiste en la posición {es una de esas contradicciones taoístas tan difíciles de presentar a un cerebro racional} y porque de todos modos tú no entiendes lo de la relajación. El asunto es que la posición se vuelve tan importante para ti {o así te lo parece} que una vez crees que la tienes {si es que de verdad la tienes}, te paralizas en vez de seguirte moviendo. Y paralizarse es tensionarse. El maestro lo repetirá: lo importante no es la posición sino la relajación. Pero todavía no lo entiendes, porque una cosa es estar relajado y otra es creer que se está relajado. Por lo general, vivimos esclavos de lo segundo mucho tiempo antes de lograr lo primero.
Sé que, después de este par de años, algo {quizá mucho} de mi tensión sigue ahí; tal vez haya cedido desde que empecé, pero no estoy segura de cuánto. Al menos sé que ahora soy más consciente de esa tensión en mi vida cotidiana; que, a fuerza de seguirlo intentando y de que funcione, cada vez recuerdo más veces al día que debo relajarme, pues así sale mejor todo. No es fácil recordar relajarse, en una sociedad en la que la eficiencia siempre ha estado relacionada con llegar puntuales, cumplir cronogramas y correr como locos para hacer más de lo que nos pidieron o de lo que es razonable. Sobre todo es difícil para mí, que aprendí desde niña que sentarse a descansar era perder el tiempo, y siempre había que estar preocupándose {más aun: angustiándose} por algo.
No es fácil cambiar los hábitos mentales que llevan años de arraigo. Hojeando un viejo libro sobre vampiros leí hace poco este consejo: «Deja que el cuerpo instruya a la mente». Lo menciono aquí porque parece muy apropiado. De alguna manera, el solo hecho de hacer estos ejercicios una, y otra, y otra vez hace que te des cuenta de cosas que no habías visto antes. A la manera de un mantra que repetimos una y otra vez para meditar, sabes que tu mente «vio» algo durante la práctica. No tiene que ser una experiencia metafísica o un encuentro del tercer tipo. Bastan cosas «normales». Como por ejemplo, lo importante que puede ser el punto de vista. A veces basta que des medio paso atrás, haciendo ejercicio en el parque, para que un poste quede oculto tras el grueso tronco de un árbol, o para notar lo tupido que es el follaje del arbusto que está a lo lejos. O lo difícil que es mirar tu mano enfrente de tus ojos a la vez que la casa que está detrás, una cuadra más allá. El cuerpo, moviéndose continuamente, va mostrándole cosas a una mente que cada vez se mantiene más atenta. Al fin y al cabo, es nuestro movimiento en el mundo lo que ha alimentado a nuestra mente desde que nacemos. Él la ha instruido a ella todo el tiempo.
Moverse te relaciona con todo lo demás de una manera distinta. Igual que el poste que se oculta tras el árbol, moverte solamente un poco te oculta o te descubre oportunidades, conexiones, ideas. Cuando vas a alcanzarlas, nuevos panoramas se abren ante ti. Sea que camines o no esos caminos, en el intento te llevas de trofeo algún aprendizaje y un par de buenos recuerdos. La siguiente vuelta será más acertada. Cada curva del camino muestra paisajes más interesantes, cielos más hermosos, cosas más increíbles. Basta con seguir caminando.
++++
Me he movido del tema, otra vez. Cambio de posición.
El peso va siempre de una pierna a la otra, sea lenta o rápidamente, según la velocidad de la práctica. Yin y yang. Derecha e izquierda. Fuerza y fluidez. Solar o lunar, según la distribución del peso .:. Los pies siempre en ángulo de 45 o de 90. Esto marca ocho direcciones, más el arriba y el abajo. Seguramente más .:. Las rodillas ligeramente flexionadas. Punto de gravedad bajo. Ejercicio muscular: sin fuerza en las piernas es difícil avanzar en la práctica, pero la práctica te da fuerza en las piernas .:. Dedos rectos. Señalando arriba o abajo, con una dirección definida. Conectando lo que debe ser conectado .:. Codos flexionados. Brazos alrededor del cuerpo, abrazando el aire. Siempre un espacio circular entre los brazos y el cuerpo. Redondo .:. Círculos. Movimientos circulares, continuos, no quebrados. Círculos de todos los tamaños y todas las dimensiones .:. Cabeza erguida, señalando al cielo con la coronilla .:. La columna vertebral recta. La columna conecta el cielo con la tierra. El hombre es el único animal cuya columna vertebral es vertical .:. Coxis bien centrado. Señalando a la tierra. En esta área reside el secreto del equilibrio .:. Hombros bajos. Siempre. Más bajos. Más. Siempre pueden relajarse más de lo que se cree (más). Es un trecho largo pero cierto .:. La punta de la lengua detrás de los dientes superiores. Ni rígido ni flojo .:. Atención permanente en todos los puntos del cuerpo. Sin tensión, relajadamente. De nuevo: ni rígido, ni flojo. Atención permanente, sin tensión.
Parecen unas instrucciones para aprender a caminar… { Quizás se trata de eso en verdad. Aprender a moverse es —para un ser humano— aprender a caminar. Lo que nos permitirá movernos de verdad. El milagro de ir solos. }
– iii –
espejos
A veces se mira hacia el frente, hacia «atrás», en diagonal… a veces el cambio es lento. Muchas veces sorpresivo para alguien que está apenas observando con curiosidad. Un cambio brusco en lo observado. A veces es un espejo… ¡Ah, los espejos! Cuando estaba comenzando, mi maestro me recomendó que practicara la misma secuencia como si estuviera reflejada en un espejo. Para invertir los lóbulos del cerebro, dijo, algo así, ponerlos a trabajar a la inversa. Es extraño, porque es lo mismo sin ser lo mismo. De algún modo, me parecía entonces que practicar en espejo era hacerlo «al revés». Es un proceso: después de un tiempo de empezar indistintamente hacia la derecha o la izquierda llegan momentos en que no sabes cuál de las dos direcciones adoptaste al iniciar y mezclas los lados. Empiezas en uno y terminas en el otro. En mis sueños esto se reflejaba en no saber si me encontraba en el sueño o en la vigilia.
Pensar en los espejos me trajo otras imágenes: la superficie de un lago refleja el mundo de arriba en el agua, invertido. Dos lados. Pero también existe un mundo submarino, además del reflejo del mundo aerobio. Cuatro lados. Y si pusiéramos un espejo verticalmente a medio sumergir en el lago, todo eso se multiplicaría por dos. Ocho lados. El mundo diurno y el nocturno son también dos lados en el espejo del tiempo. Al fin y al cabo, los espejos son límites entre dos mundos «opuestos». Para entonces comencé a perder la cuenta de su número de lados. «¿Cuántos?», pregunté a los maestros. «Ninguno», fue la respuesta concluyente, «no existen límites tales como un espejo. Todo es lo mismo». Dejaré eso en remojo, también para mí.
laberintos
He querido escribir aquí «la entrada del laberinto», sin saber bien por qué. Me lo pregunto ahora. En los laberintos simbólicos, en los que un único camino nos lleva inequívocamente al centro y no hay, por tanto, «pérdida» posible, el único lugar en el que podríamos llegar a saber que se trata de un laberinto, una vez dentro de él, es la entrada. Sólo en la puerta del laberinto puedes vislumbrar el adentro y el afuera. El decidir recorrer o no el laberinto. Una vez dentro, no sabes nada; no puedes ni siquiera saber que estás en un laberinto, porque sólo hay un camino, sin encrucijadas, sin cruces: sólo adelante y atrás. Pero frente a la entrada ya sabes lo que hay atrás: vienes de allí. Solo queda, pues, dar un paso adelante y adentrarse en el misterio.
Hay mucho más que podría decir sobre los laberintos, pero esto bastará, por ahora.
tai chi
Quizás con el tai chi pase algo similar a los sueños, los viajes, los espejos y los laberintos, que tratamos de comprender cuando estamos «afuera» {«despiertos», «en casa», «de este lado del espejo», «fuera del laberinto»}. Quizás aventuramos una explicación posible, una definición para lo que se hace. Pero en el fondo sabemos que las definiciones no tienen sentido mientras se sueña, se viaja, se busca la salida del laberinto, se vive. Quizá decir algo sobre el tai chi es complicado porque la práctica es su propia definición.
Yo no sé lo que es, ni siquiera cuando practico. No sé lo que estoy haciendo. No tiene un sentido convencional. Pero creo que tras la siguiente curva, en el siguiente meandro, a la siguiente vuelta… intuyo algo. Cada día de práctica trae un aprendizaje nuevo, por pequeño que sea. Darse cuenta de algo más, algo que siempre estuvo ahí pero nunca vimos. Quizás por eso intuyo que existe un centro, si es que tal concepto tiene sentido —como cuando se dice que la Tierra es el centro del universo—. Pero es muy distinto «definir el centro del laberinto» que «llegar al centro del laberinto», o que «recorrer el laberinto», o incluso que «perderse en el laberinto».
– iv –
sobre la dificultad de la práctica
He dejado esta escritura sobre el tai chi varias veces en remojo, a veces un par de semanas, otras, de meses. La práctica atravesó momentos difíciles en este tiempo, y eso es algo que aunque se intuye, no necesariamente se comprende cuando uno está empezando. A veces simplemente no quieres hacerlo. Parece una tarea muy ardua, un trabajo pesadísimo, algo muy difícil de empezar. Parece un camino muy largo del que no llegas siquiera a vislumbrar el final, o la siguiente parada. A veces parece que exigiera demasiado tiempo, demasiada dedicación. Te preguntas si de verdad quieres recorrer ese camino, si hay alguna respuesta, si vale la pena iniciar nada.
En ocasiones sentía que dormía un montón {todavía me pasa… ¿es, en verdad, «un montón»?}, y que lo único que podía mantener firmemente era mi hora {o los cinco minutos con los que empezó} de práctica diaria, que no dejaba de tener sus altibajos cuando aplazaba el inicio hasta que ya no había nada que hacer. Lo curioso es que después del ejercicio siempre me he sentido mejor, y me gusta haberlo hecho, pero es justo antes cuando ha parecido una carga. A veces es precisa una serie de condiciones ideales {sol, luz diurna, silencio, soledad} que medio mundo bombardea con constantes interrupciones, incluyendo mi pereza habitual. Me invento razones para no empezar {porque el desayuno, porque el baño, porque la cita, porque la lluvia, porque el hambre, porque el sueño…}.
Incluso me produjo cierta vergüenza escribir aquí todas estas dificultades. No parecen compatibles con la práctica de un arte marcial, o de una forma de meditación. Quizá mis compañeros de práctica —con años de experiencia—, sonreirían compasivamente ante mis torpes dificultades, con esa expresión zen que nunca parece revelar nada. Hace unos meses se sorprendieron de la relajación que me produjo pasar unos días en medio de selva virgen. Aquello fue como una iluminación momentánea, esos instantes en que comprendes cómo está concatenado todo, y que todo va a salir bien mientras te mantengas en tu camino. El mundo era luminoso, y yo estaba llena de una luz interior que no había experimentado antes. De alguna manera entendí en esos días que la necesidad del tai chi (al menos la mía) era la de alcanzar ese estado de paz interior y de conexión con todo lo que Es, por llamarlo de alguna manera. Dos meses dejándome tensionar otra vez por la ciudad evaporaron la sensación. Perdí mi norte, y con él mi ruta. El mundo se convirtió en un lugar tan ruin y complicado que no me daban muchas ganas de seguir moviéndome en él. Aquello se reflejó en mi práctica, en mi pereza, en mi desidia.
¿Cómo es posible que algo como el tai chi me generara esas sensaciones? Pues eran sensaciones más que pensamientos, algo sin nombre, quizá la voz del juez que se burlaba de mi esfuerzo y me retaba a explicarle racionalmente por qué. Y no hay respuesta válida para ese juez. A veces era como haber visto un destello de luz en medio de la oscuridad, un resplandor que me mareó con su paso y me llenó de esperanza, pero se fue sin que viera por dónde, y me quedé medio aturdida, en medio de la nada, ebria de luz, pero apagándome lentamente, hasta que me vi de nuevo envuelta en la oscuridad. Como si la lucidez me hubiera traspasado, y no supiera si fue en medio de un sueño, si fue cierto o si «sólo» me lo he imaginado. En un libro de enseñanzas para chamanes leí algo como esto: «El conocimiento es un viento que envuelve al hombre, y luego pasa de largo».
Paciencia, es lo que me dijeron las señales que vi. Siempre hay que seguir las señales, las que casi nunca vemos. Ayudan. Paciencia, pues, pero sin dejar de moverme, sin quedarme dormida. Seguirme moviendo. Seguir intentando, una y otra vez. Una y otra vez hasta que descubra algo, hasta que me dé cuenta. Quedarse quieto en medio del laberinto es la nada: no se avanza, no se aprende, no se vive. Hay que seguir caminando el camino. Ya que se ha encontrado, lo importante es caminarlo, aunque no se vislumbre el final.
epílogo
No puedo finalizar este escrito sin hablar de la siguiente vuelta del camino. Cerrarlo con «Sobre la dificultad de la práctica» produciría una mirada sospechosa de mi maestro. Aunque sería divertido, también podría decepcionar a mis lectores.
Cada sesión de práctica, se dijo, es siempre un pequeño aprendizaje. A veces es casi imperceptible y otras veces es apabullante. Así me sucedió cuando decidí seguir las señales y hacer lo que nadie recomendaba que hiciera: escuchar a mi corazón. A nadie más sino a él, a su verdadera voz, extraña, enloquecida y absurda.
El corazón nos lleva por caminos inverosímiles, repletos de signos rojos plastificados y de otros ocres, orgánicos. Las señales rojas son bastante evidentes, los hombres los hemos puesto por todas partes y nos los recordamos a gritos. Deberían ser leídos sólo como precaución; posibilidad, pero no certeza. Las señales ocres están mimetizadas en tu paisaje, no fueron puestas ahí por ningún hombre y muchos las llaman «coincidencias» como si supieran de lo que están hablando. Deberían ser vistos como mapa; posibilidad, pero no certeza.
Ante la bifurcación del camino, nosotros. Todo camino es una bifurcación. Dos opciones para un laberinto: adelante o atrás; permanecer o avanzar; hacia afuera o hacia adentro; Teseo o Minotauro, según el lado del espejo que decidamos transitar. {Uso la palabra «decidir» aquí con precaución. He visto señales ocres que me han indicado que así lo haga. Por eso lo aconsejo, pero no me pidan una razón clara. ¿Decidimos?}.
.:. Sé que la decisión es importante, pero que no serviría de nada si no estuviera seguida por la acción.
.:. La decisión es escuchar al corazón {la posibilidad} . {«No hay ingrediente secreto»}.
.:. La acción es dar el primer paso {la certeza} . {«Lo intentaré»}.
Es por eso que intentarlo es suficiente. Si estás lo bastante atento verás que hay una conexión (¡incluso lógica!) entre decisión, acción y resultado. Se obtienen mejores resultados cuando aprendemos a pilotar nuestras decisiones y las actuamos de verdad. {Pensar en algo producirá tanto efecto como soñar con ello. Sí… pero no. No… pero sí}.
Por último, descubres también que todo paso es el primero.
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Si estás interesad_ en iniciar el camino del tai chi como principiante, está iniciando un grupo nuevo del que seré guía.
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