Sabiduría del tercer encuentro
El 19 de enero de 2011, en la primera luna llena del año, la Luna Vieja, nos reunimos alrededor del fuego, y de las frutas, y del maíz y la soja, y hablamos…
Este texto es el resultado del saber colectivo que compartimos. Yo apenas lo pongo por escrito, pero es una creación colectiva…
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Hablamos de la maternidad, porque es natural que las mujeres hablemos de la maternidad. Porque estamos hechas para eso, porque nuestra biología hace que en cierto momento de nuestras vidas (¿alrededor de los treinta? ¿en los años pares? ¿después de la adolescencia? —¿pero cuándo se termina la adolescencia?) nos planteemos seriamente la cuestión de ser o no madres. Al menos para las que no lo somos. Hablamos de las razones para no tenerlos: los tiempos actuales, la economía, los recursos, la superpoblación, no querer.
A otras la vida les ofrece la decisión ya tomada y la aceptan para embarcarse en un viaje que sin duda es maravilloso. Dar vida a otro ser, sentir cómo crece dentro de tí, algo que casi no puedes ni creer… Y el fuerte lazo que se establece entre el bebé y su madre, al punto que ella sepa cuándo tiene hambre, cómo está. Sentir por otro, quizás. Ahora que lo pienso, ese debe ser el secreto de la compasión, esa herramienta secreta de la humanidad —que las mujeres podemos manejar con tanta facilidad. Es que la maternidad nos sale, nos nace, aunque no queramos, pues llevamos tantos miles de años experimentándola. No en vano somos, también, genes que se reproducen y se remezclan generación tras generación. Quizás ese conocimiento femenino del ser madre, esa experimentación consciente a lo largo de la llamada Historia, nos haya dado esa empatía especial con los de nuestra especie, y con las propias mujeres. Esa sensación de que hay algo que «sabemos» aunque no se pueda definir con palabras. Algo que «sentimos» y que se puede comunicar con una simple mirada. Entrar en contacto con el otro. Con las otras.
{Quizás por eso en Argentina se regaña a los niños sin permitirles que miren a los ojos a quien los regaña. ¿Será porque la mirada crearía un lazo de empatía que desarmaría al adulto? Quizás por eso en Colombia, en cambio, se les dice inflexibles: «Míreme a los ojos cuando le estoy hablando». ¿Será para que en ese contacto el niño comprenda lo que están tratando de enseñarle? ¡Qué difícil entrever lo que se esconde detrás de las costumbres! Esas cosas que se han perdido, como cuando nos cuentan los cuentos de hadas, que cuando se narraron por primera vez hace siglos eran cuentos de espanto, contados para que los niños no cometieran los errores que les permitimos cometer hoy. Por eso es tan importante volver a hablar}.
Y hablando de los hijos hablamos de sus hermanos, pues no es lo mismo un niño que crece solo que uno que crece en compañía. Los hermanos lo son para toda la vida, no porque sean hermanos, sino porque crecieron juntos… Alguna habla: ¿y si nos consideráramos todos hermanos y nuestros «hijos únicos» pudieran ver como sus hermanos a los que crecen junto a ellos? No hace falta tener hermanos privados, no hace falta ponerle una cerca a MI familia, habiendo tantos seres humanos maravillosos ahí afuera.
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Hablamos sobre el miedo, el que sentimos todos y del que está plagado el mundo. Un mundo completo aterrorizado por lo que le han hecho temer. Millones de seres paralizados que nunca empiezan ni arriesgan nada por el miedo que le tienen a las voces que hablan en su cabeza. Por el Juez que siempre está inventando historias, haciendo suposiciones sobre nuestro futuro, impidiendo que vivamos el presente. El miedo sólo es un manojo de suposiciones en nuestra cabeza… pero vivimos ciegamente en función de ellas.
Tenemos miedo a la voz que grita, desde el otro lado del parque y del tiempo «¡Por ahí no! ¡Te vas a caer!», la primera gran suposición que muchos escucharon cuando empezaban a caminar. Nos enseñan el miedo sin pensar que nos lo enseñan: el miedo es contagioso por sí mismo. Y tus hijos absorben todo de ti, aunque tú no les digas nada. No es necesario decir, basta con sentirlo. Sientes el miedo y transmites el miedo. Sientes el amor y transmites el amor.
Así que seguimos escuchando ese Te-Vas-A-Caer toda la vida, aunque ya seamos grandes y muy capaces de llevar a cabo cualquier proyecto que nos propongamos. Entre otras cosas, porque no se puede hacer un propósito verdadero si no se pone en él el corazón, y cuando ponemos el corazón en lo que hacemos, siempre sale bien al final. Cuando no sale bien, lo volvemos a intentar (el corazón lo pide) y una vez más. En la última siempre sale bien, eso lo sabemos hace milenios, basta con seguir soñando. Seguir pensando que se puede. Empeñadas e inflexibles. La perseverancia es la clave.
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Hablando del miedo que nos tiene paralizados a todos para hacer algo, para enfrentarnos, para gritar, nos preguntamos cómo deshacer ese miedo. Cómo contrarrestarlo… Confianza, lo que todos necesitamos es confiar más en nosotros mismos. Saber que podemos, saber que somos capaces de hacerlo bien. Contarnos a nosotros mismos la historia de nuestro futuro, con el final más feliz que podamos imaginar. Repetirnos la historia, varias veces, hasta que nos salga bien, hasta que nos la creemos de verdad. Así es como suceden las cosas, como se hacen suceder. Así se llaman los sueños a la realidad. Creer es muy importante. ¡Ahí está todo!
Hablamos de tirarse al vacío, otra cura para el miedo. Pues cuando te tiras descubres que no te caes, o que no te pegas tan fuerte, que a la larga sale mejor cuando te tiras. Poder decir: sí, me han pasado un montón de cosas problemáticas, pero salí de todas ellas, ¡y qué buenas historias tengo para contar!
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Hablamos de los hombres, también, porque varios ya nos han preguntado qué es esto del círculo de mujeres, y si ellos deberían hacer un círculo también. Y (sobre todo) cómo hacerlo. ¿Cómo reunir a hombres desconocidos a hablar de algo que no sea fútbol? ¿Cómo hacer que entren en confianza con alguien que nunca han visto? {De nuevo aquí, la confianza, ese gran vacío de nuestra sociedad}. Alguien propone: quizás si están presentes otras mujeres… La presencia femenina tranquiliza, permite el contacto, facilita el diálogo. Dos hombres solos no pueden mostrarse vulnerables entre sí. Afortunadamente estamos en tiempos en que algunos hombres son capaces de mostrarse vulnerables frente a una mujer. Por ellos habría que empezar. Como todo.
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Hablamos de los hombres y las mujeres, que hablando en términos biológicos podrían ser especies diferentes. Espiritualmente podríamos decir que son universos distintos, pero es que cada ser humano es un universo distinto de otro, sin importar el género al que pertenezca. Se dijo que en vez de hablar del «sexo opuesto», deberíamos hablar del «sexo complementario». ¿Qué necesidad de oponernos entre sí?
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Hablamos del mundo, y cómo está todo tan jodido, y cómo arreglar en este punto algo que está tan desajustado. Cómo todos nos estamos peleando todavía para tratar de poseer un mundo en el que ya no cabemos. ¿Cómo puede el hombre cuidar un planeta que considera «de su propiedad»? Es ese viejo miedo a perder lo mío, lo que tengo, lo que me corresponde. Nos olvidamos de ser animales, pero nunca hemos dejado de serlo. Nos alejamos de la naturaleza y estamos aterrorizados encerrados en ciudades cada vez menos verdes. De alejarnos surgió el miedo, pues el contacto con la naturaleza lo devuelve todo. Vivir en un lugar en paz, sin ruido, con bosque y animales, y verde y atardeceres. Sí, eso también lo sabemos. Y que hay que retornar a ese universo verde del que nos desterramos. Allí donde está la vida, manifestada en todo su esplendor, tal como ha florecido en este planeta por siglos y seguirá haciéndolo por otros tantos más. Porque la vida es imparable, surge, brota, se adapta a las condiciones más inverosímiles, y deshace poco a poco todo nuestro daño. La Tierra sabe cómo limpiarse a sí misma, al fin y al cabo los elementos con que la estamos ensuciando surgieron todos del mismo planeta, de la misma Tierra. ¿Cómo podría no adaptarse? Es verdad que lo que le hemos hecho perder es irrecuperable, todas las especies extintas, toda la diversidad mutilada. Pero la vida no se detiene, y si el hombre deja de combatirla y no muere en el intento, veremos surgir más vida, otra diversidad, otra era. Y podremos contemplar más atardeceres.
Pues es grande el cambio que tendríamos que hacer los seres humanos para convivir en armonía en este planeta. Y frente a un cambio grande, la mejor salida, el camino más fácil será muchos cambios pequeños. El cambio se da en cada uno. Si cambiamos muchos aunque sea sólo un poco, eso será un gran cambio en su conjunto. Y no sólo eso, pues cuando uno cambia, todo comienza a cambiar a su alrededor. Un solo cambio provoca otros diez, así como un cambio cerca nuestro provoca nuestro propio cambio. Somos una red y ninguno está realmente solo. Así que no es tan difícil, en realidad. {Pero si te resistes a los cambios que te rodean sólo conseguirás hacerte daño. De ahí la importancia de tirarse al vacío, y permitir que esa red invisible alrededor nuestro cumpla su función}.
Y cambiar tampoco es tan difícil. Es una decisión tan simple como querer estar bien. Decides estar bien ahora, ser feliz ahora, sonreír ahora. Es tan fácil que no nos lo terminamos de creer. Simplemente lo haces, sin pensarlo. Cuando piensas en hacer, no haces… ¡porque estás pensando!
No preocuparse, sino ocuparse.
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Esa noche reunidas comprendí que sí existe una sabiduría colectiva que nosotras nos transmitimos. No sé cómo la obtuvimos, no sé de dónde sale, pero se siente mucho más auténtica que la basura que nos enseñan a creer en el colegio o en la televisión. Anoche sentí que sí, de algún modo, «sabemos», y podemos darle forma a ese saber y transmitirlo.
Gracias a todas por estar ahí.
Excelente artículo
Gracias, Andrea. Eres bienvenida a participar en los círculos. Si vives en Bogotá, te interesará suscribirte a la lista de correos para que recibas las invitaciones en tu buzón. Escríbenos a info@mujeresencirculo.org