Hibernar tiene sus ventajas
El pasado 10 de noviembre (hace más de tres meses) escribí esto a mi lista de correos del círculo de mujeres:
«(…) sigo pendiente con la programación del último círculo del año (¡celebración de nuestros cinco años y cincuenta primeros círculos!). Todavía se está gestando (la tortuga está acampando en mi casa últimamente) pero ya pronto saldrá a la luz, estén pendientes (…)».
En ese momento (lo pensé pero no lo escribí) tenía planeado celebrar el último círculo en diciembre de 2015, y tomarme un buen descanso hasta entrado este año.
Pero luego desaparecí. La tortuga se tomó una buena enconchada. Metió la cabeza y las patas y se quedó quieta, muy quieta. El anuncio del círculo quedó en el aire y el descanso que planeaba decidió adelantarse. Yo se lo permití. Porque cuando hay que parar hay que parar y muchas veces nos damos mil excusas para no hacerlo. «Cuando termine esto. Cuando me haya ocupado de esto otro. Cuando salga de este compromiso. Cuando haya visitado a…, cuando haya entregado…, cuando haya completado…, cuando haya hecho…». Y a veces no nos damos cuenta de que siempre hay algo. Siempre hay una excusa para mantenernos firmes, fuertes, ocupadas, haciendo, haciendo, haciendo.
Pero cuando hay que parar, es mejor parar por las buenas. No cuando creas que tienes el permiso de parar, sino cuando sientes que necesitas hacerlo. A pesar de…
Creo que por eso, y casi sin darme cuenta, paré. Dormí. Callé. No tomé decisiones. No lideré proyectos. No programé. No emprendí. No gesté ideas. No parí ni adopté hijos nuevos. Dormí. Enfermé un poco y me recuperé. Me ocupé de lo mínimo. Me alimenté. Dormí algo más. Tuve que trabajar, sí, como todos. Pero no me maté trabajando. Simplemente me dejé en paz. Hice lo mínimo. Me dejé descansar un rato. Sin actividades. Sin compromisos. Ocupándome de mí misma. Ocupándome de mi bienestar. Sé que no era consciente en ese momento de que había parado. Fue más como cuando dejas de pedalear en una bicicleta y poco a poco se va perdiendo el impulso hasta que te detienes. Y bueno, tienes que poner los pies en la tierra para conservar el equilibrio. Así que volví a la tierra. Hiberné. Y en la oscuridad de la cueva la tierra tenía un mensaje para mí…
Seguir el camino que parece correcto, el que se siente bien. El que resuena. A pesar de toda nuestra resistencia exterior. De la incertidumbre. Del miedo. Del no saber bien. Del no estar seguros de nada (¿y quién sí lo está?). Hacer lo que se siente que debe hacerse. Por una razón profunda, y por eso mismo, quizás oscura. Sentir que algo debe hacerse aunque no se sepa bien la razón. Y fluir con las circunstancias, con lo que llega, con lo que se presenta a nuestras vidas. No resistirse.
Todo esto para contarles que, hace menos de dos semanas, encontré la casa en el campo que llevaba buscando varios años (tanto que a estas alturas ya me había resignado a vivir en la ciudad, jaja). Ahora, de repente, cuando ya no lo esperaba, el cambio llega inminente. Tuve que tomar una decisión radical y lo hice. Ahora estoy llena de cajas y maletas y montones de cosas para seguir decidiendo, con qué me quedo, de qué me deshago.
La casa es en la vereda San Antonio de La Vega. Amplia y soleada. Con mucha vegetación alrededor. Con una zona verde donde seguramente reuniré más de un círculo de mujeres alrededor del fuego (aunque todavía no sepa cuándo: estoy en modo trasteo).
Este lugar era lo que estaba esperando cuando ya no lo estaba esperando. Porque así es la vida. Quizás es que la hibernación dio sus frutos. Paré, dejé de hacer, dejé de resistirme y entonces el camino se abrió y fluyó. Y ahora el movimiento creciente después de una prolongada quietud empieza a marearme.
Así que estoy centrándome en el momento presente y las tareas que deben ser atendidas hoy, para no caer en la ansiedad de pensar en la incertidumbre que nos espera (otra vida). Cerrando ciclos y ocupándome de lo básico. Y con este escrito solo quería contarles estos recientes movimientos de mi vida. Disculparme por mi reciente ausencia (aunque debo decir que todas deberíamos poder ausentarnos sin previo aviso, poder soltar cuando sentimos que es necesario y sin permiso). Y decirles que cuando haya podido acomodar lo básico en mi nuevo espacio probablemente me verán más por aquí. Y podré programar por fin esa celebración pendiente. Que ya no será por los ciclos que se cerraron sino más bien por los que se están abriendo. Porque siempre hay nuevos comienzos. De eso está hecha la vida.
Estimada Sonia gracias por compartir la vida, al leerla me siento identificada, estoy sobre la bicicleta y también pedaleando lentamente y en la búsqueda, dejando que el cuerpo y la mente me indiquen por donde seguir o quizás como lo mencionas debo dejar que todo se dé… excelentes noticias un espacio fuera de la ciudad, lo que muchos seguiremos soñando… un abrazo y a disfrutar este descanso que la tortuga
Gracias, Nancy. Muchas veces se trata de parar y quedarse quieta un rato, respirando, en silencio. Anoche me llegó un mensaje que siempre rota por ahí al respecto, algo así: «Dicen que lo que estamos buscando también nos está buscando a nosotras y si nos quedamos quietas nos encontrará…». Que te permitas detenerte y respirar. Seguimos conectadas.