Las trece abuelas que sanan la Tierra
Extractos del texto de O. Otxoa y Ramya Ramanathan (2006, Revista Integral).
Fue Bernadette Rebienot, una bwiti con 23 nietos, la que un día visualizó el nacimiento del consejo de abuelas. En su Gabón natal, las reuniones de las ancianas en la selva para orar por la paz y el bienestar del mundo son habituales. Esta visión se materializó cuando Bernadette coincidió con Jyoti, una psicóloga clínica y guía espiritual estadounidense que viajó a África para estudiar con ella.
Al comprobar que ambas coincidían en su visión, Jyoti movilizó a su organización, el Center For Sacred Studies, y organizaron tanto la reunión de las Abuelas como el Encuentro Planetario de Mujeres, celebrado en octubre de 2004 en Phoenix, Nueva York, donde las abuelas indígenas y un nutrido grupo de abuelas occidentales debatieron los retos del sistema social actual. En ese encuentro fue creado el Consejo Internacional de las Trece Abuelas Indígenas.
Su intención es recuperar la voz de la experiencia femenina en una labor que haga perdurar su saber protector a los descendientes de los próximos siglos. Actualmente trabajan para dar a conocer sus intenciones tanto a la clase política como a todos los ciudadanos del mundo. Desde la primera reunión han celebrado varios encuentros: En Pojoaque, Nuevo México; en California; en la amazonia brasileña; en Oaxaca (México), en Dharamsala donde fueron recibidas por el Dalai Lama, en Dakota del Sur, y otros lugares.
Bernadette Rebienot
Bernadette nació en Libreville. Es madre de 10 hijos y ha trabajado como profesora y coordinadora de escuela. Además es sanadora, maestra del rito Iboga Bwiti y de los rituales de iniciación femeninos. Desde las selvas tropicales de Gabón, cuenta:
Nuestro planeta está enfermo por los interminables estragos causados por la gente, la contaminación, la deforestación, los abusos de poder, los celos y el odio. La Tierra sufre de horribles guerras que transforman a la gente en monstruos.
Además están las pandemias: el sida, la malaria, el cáncer y otras plagas. Estas enfermedades se agravan con el hambre, una pobreza que va en aumento, la muerte de ideas y culturas y el desprecio y rechazo del prójimo, cuna de todas las formas de discriminación. Hemos perdido el camino.
La naturaleza nos lleva hablando desde hace ya algunos años y manifiesta su dolor con terribles y precisas catástrofes, a través del aire y el agua, el fuego y las olas de calor.
He estado al servicio de la gente desde joven como doctora tradicional y sanadora, pero donde encuentro vida es en la selva. Es aquí donde todavía sé como convertirme en un todo con un paisaje lleno de miles de misterios. La selva no absorbe mi ser.
Todo lo contrario, me permite capturar los secretos de lo invisible, de los que somos depositarios. Creo que pronto estos secretos se convertirán en valiosas brújulas para la humanidad. He elaborado remedios escuchando los secretos de la selva. He aprendido sobre la fragilidad y la infinita pequeñez de la humanidad, la vanidad de nuestros excesos y la efímera naturaleza de nuestra existencia. Me han enseñado la fuerza de la paz y la familia unida.
La humanidad debe reconciliarse con la naturaleza. Los pueblos del futuro no serán aquellos que creen únicamente en la lógica, el reino de los números y el capital; sino los que hayan entendido que la red de la sociedad del mañana se sustentará en el respeto y la consideración por el prójimo. Así el diálogo reemplazará a la guerra.
Agnes Baker-Pilgrim
Agnes Baker-Pilgrim es la mujer viva más vieja de los indios del río Rogue, los Takelma bamd de los grandes bosques al sur de Oregón, EEUU. Su tribu la considera una leyenda viva, embajadora de la MadreTierra. Ella nos dice:
En mi pueblo existe una historia que cuenta que la única obligación que nos dejaron los antepasados fue rezar, por lo que me convertí en una oradora.
Viajo a diferentes países siendo una voz para los que no la tienen, porque todas las cosas creadas necesitan una voz. Se me pide que rece por los tigres de Bengala, por los animales de África, por los lobos, por el salmón o por el río Ganges de la India. Fui a Australia para rezar por el río Murray-Darling y su contaminación y también lo hice por los cóndores y ahora están regresando a Oregón, después de haberse ido hace unos 200 años. Mi tribu me envía a regiones que necesitan oraciones y bendiciones.
Me han llamado para dirigir plegarias y detener talas de bosques, o para ser grupo de presión en Washington y de este modo salvar nuestro lugar sagrado, Siskiyou, aquí en Oregón, que tiene flora que no crece en ningún otro lugar de la Tierra.
Hasta el momento, lo hemos conseguido y continuaremos luchando. Como miembro titular de mi tribu, las Tribus Confederadas de los Indios Siletz, he luchado para lograr mejoras en mi cultura y tradición.
He estado a las puertas de la muerte; sobreviví a un cáncer en 1982. Le pedí al Gran Espíritu que me salvara porque me quedaba mucho por hacer. El ha respondido a mis plegarias y yo reparto bendiciones porque se me ha permitido ser una mediadora.
Ya es hora de que unamos nuestras oraciones a las de todos los pueblos de la Tierra. Juntos podemos acabar con los abusos a mujeres y niños, el hambre, la falta de protección de nuestras plantas medicinales y el consumo de drogas. Podemos estar unidos sin que importe cuáles sean nuestras creencias religiosas o espirituales y luchar por salvar nuestra Madre Tierra y rescatar nuestra propia existencia. Estamos todos juntos en esta “canoa agujereada” por lo que debemos ser fuertes y seguir hasta que nuestros corazones toquen tierra.
Flordemayo
Más al sur, en la frontera de Nicaragua y Honduras, la indígena maya Flordemayo aprendió de su padre chamán y de su madre sanadora las costumbres y métodos de curación de su pueblo. La honradez y la espiritualidad son los pilares de su mensaje:
Nunca me he preguntado qué he venido a hacer a este mundo; siempre he entendido mi objetivo a través de mi diálogo personal con el espíritu de mis antepasados, mediante visiones y sueños. Crecí aprendiendo a interpretar sueños, era obligatorio en mi familia. El Consejo de las Abuelas estaba ya escrito en piedra para mí: era mi destino. Había oído hablar de él en las profecías del pueblo maya y también me fue otorgada una visión directa de que el Consejo se iba a reunir.
Elegí aceptar un puesto en el Consejo porque sentí que somos muchos en el mundo los que hemos perdido el contacto con lo básico. Las mujeres llevan más toxinas en sus cuerpos ahora que nunca. Es esperanzador volver a enseñar a la gente a cultivar y sobrevivir. Estamos reaprendiendo a cuidar la Madre Tierra. Con esto permitimos que el espíritu de las plantas y las aguas sagradas nos sanen.
Creo que la tierra y los elementos tienen la capacidad de auto curarse. Quizás no ocurra durante nuestra vida, todo lleva su tiempo. Vivimos bajo una ley sagrada: la vida es un círculo y siempre hay una razón para que las cosas ocurran. Creo que la sanación del mundo es posible, pero para lograrlo se necesita un buen grupo de gente que crea en ello para hacerlo realidad.
El mejor modo de curarnos a nosotros mismos es honrar nuestros espíritus libres. Honrándolos, nos volvemos comprensivos y cuando somos comprensivos nos volvemos honrados. Tenemos que encontrar también nuestro propio camino individual. Puede costarnos toda una vida conseguirlo, pero es necesario.