Círculo de historias sobre partos y nacimientos
Círculo sexagésimo primero
Luna creciente en Cáncer.
Círculo de historias, en Casa Mariposa (Cachipay, Cundinamarca).
Sábado 19 de mayo, en la primavera del año del Perro de Tierra (2018 E.C.)
Así se convocó
Será un día para compartir en la naturaleza a contarnos historias y compartir experiencias: ¿Cómo naciste tú? ¿Cómo nacieron tus padres? ¿Cómo nacieron tus hijos? Investiga tus historias y ven a compartirlas. Conocer nuestro origen también nos ayuda a sanar…
Algo sobre el círculo
Solo los humanos tememos a nuestros partos. Aprendimos a desconocerlos, a angustiarnos por ellos, a considerarlos una patología. Mi abuela describe el inicio de sus dolores de parto con la expresión de que «ya estaba enferma».
Y como cualquier enfermo, las mujeres acuden en masa a las clínicas médicas —incluso desde el momento en que se saben embarazadas— para que los doctores de bata blanca les digan cómo llevar su gestación, lo que pueden hacer, lo que pueden comer, lo que es normal y lo que no, lo que está bien y lo que no. Y esto nace de un profundo desconocimiento de ellas mismas, resultado de años de negación y oscurantismo respecto a sus cuerpos y a los procesos que les son propios, como menstruar, como parir, como habitar su sexualidad.
No estoy culpando a las mujeres que hacen esto, es lógico: tenemos que ir a que nos digan todas estas cosas porque ¡no las sabemos! No sabemos qué es normal en un embarazo y qué no. No sabemos cómo gestionar nuestros cambios, qué esperar, qué pasa con nuestros cuerpos en el momento del parto, qué necesitamos y qué no. Y en qué momento se puede considerar que hay verdaderamente una emergencia que definitivamente requiere intervención médica para salvar las vidas que nuestras ancestras no pudieron salvar. Pero olvidamos, en un puñado de generaciones, a todas las anteriores que fueron capaces de parir sin ayuda. Sí, antes había complicaciones y muertes en los partes, pero la mayoría eran debidas a las pésimas condiciones de higiene de esos tiempos —de las cuales la medicina occidental sí que nos ha curado hoy. Por lo demás, estudios actuales que indican que hoy en día la situación se ha invertido: el porcentaje de complicaciones relacionadas con el parto es ahora mayor en las clínica que fuera de ellas.
Por supuesto, no solo las embarazadas cargan con este peso del desconocimiento de sí mismas, es una condición cultural que nos afecta a todas, incluso desde nuestra infancia, o desde nuestra propia gestación. Nuestros cuerpos fueron censurados («no te toques ahí», «no te sientes así», «no te muevas tanto», «no grites»); el conocimiento de nuestros ciclos fue ocultado (la propia menstruación es un tema fuertemente tabú todavía hoy, solo hay que fijarse en los anuncios de televisión que rodean el tema). Con sutiles mecanismos de adecuación cultural sostenidos por varias décadas —y más—, fuimos alejadas de nuestra sabiduría interna y de la confianza en nuestra intuición, en nuestras «tripas». Pero sucede que justamente son esos elementos de los que nos despojaron —conocer nuestros cuerpos, estar conectadas con nuestra sabiduría interna y escuchar nuestra intuición— aquellos sin los cuales es imposible habitar verdaderamente nuestros partos, para poder hacerlos otra vez nuestro legado de mujeres.
En esta cultura en la que las mujeres empezamos a trabajar como los hombres, paradójicamente les heredamos a los hombres buena parte del trabajo que era propio de las mujeres. Ellos deciden, desde hace varias generaciones, los tiempos, las maneras, los protocolos para parir. El hecho mismo de que exista un «protocolo» para un parto es una idea masculina dentro de la que se pretende encajar algo tan orgánico, inmenso y visceral como es dar a luz. Pero nos sometemos a esos protocolos porque nosotras mismas no hemos asumido esa organicidad y esa inmensidad en nosotras. No hemos vivido nuestras vísceras desde adentro, entonces nos aterroriza lo que sucede con ellas. Asustadas de nosotras mismas, necesitamos acudir a otros para que nos digan cómo manejarnos cuando sentimos que perdemos el control.
Y en un parto, tarde o temprano, tienes que soltar el control, pues se trata de algo más grande que tú misma, algo que te sobrepasa, desde cualquier punto de vista. El asunto es: ¿a quién estamos eligiendo para acompañar nuestros partos? ¿Se trata de alguien que asume en ese momento una figura de autoridad sobre nosotras para poder controlar e intervenir el proceso, siempre a su manera, de acuerdo a sus formas preaprendidas y a su conveniencia de tiempos, posiciones y perspectivas? ¿O se trata de alguien que no tiene miedo de soltar ese control junto a nosotras y en vez de imponer e intervenir se dedica a acompañar, sostener, cuidar y, en últimas, convencernos amorosamente de que somos capaces de hacerlo sin ayuda?
Si hablamos de partería (tema obligado en un círculo de mujeres que comparten historias sobre partos), hablamos de mínima intervención externa, de permitir que un proceso orgánico verdaderamente lo sea, y simplemente estar atentas para identificar las verdaderas complicaciones que sí requieren intervención. El problema es cuando nos convencen de que un parto es siempre una situación de riesgo y que siempre debe ser manejada como una urgencia médica.
En un proceso fisiológico como orinar, los signos de que algo no marcha bien son conocidos: si arde, si duele, si sale sangre, si sale muy poca orina o no sale. Mientras estos signos no se presenten, nunca acudiremos al médico porque pensemos que algo ande mal. Pero no hacemos lo mismo con nuestros partos, siendo un proceso fisiológico tan orgánico como el anterior. El cuerpo sabe cómo se hace. Las mujeres sabemos parir desde hace milenios. Por supuesto, si nuestra mente está llena de miedo, de dudas e inseguridades, será muy difícil para nuestro cuerpo desconectar el neocórtex (el cerebro racional) que es el que necesita ser apagado, o al menos atenuado, para que el parto se desarrolle con naturalidad, por sí mismo.
¿No es extraño que TODAS las hembras que paren en este mundo lo puedan hacer por sí mismas menos las humanas? ¿No será que algo se nos escapó por el camino de la evolución? Mientras sigamos desconociendo nuestros cuerpos y sus procesos naturales seguiremos viviéndolos en contra de nosotras mismas, con dolor y pesar.
Y saco este tema a colación aquí, porque la mayoría de las historias compartidas en el círculo sobre partos sucedidos en clínicas y hospitales fueron historias de dolor y pesar en alguna medida, de no haber tenido la ocasión de participar realmente en el proceso, de estar dormidas, subyugadas, asustadas, insultadas, solas, humilladas, disminuidas. Y atención, que no estoy diciendo que todos los partos sucedidos en clínicas respondan a estos mismos parámetros. Por supuesto que hay mujeres para quienes ha esta sido la mejor opción, y que han sido bien tratadas, y que han tenido experiencias maravillosas.
Pero tristemente no son la mayoría. Existen muchísimas experiencias de partos en clínicas y hospitales en los que la mujer debe someterse sin discusión a procedimientos que ella ni siquiera sabe qué son, cuál es su razón de ser, ni qué le van a causar a ella o a su bebé, pero con los cuales será ella quien tenga que lidiar una vez que salga de la sala de partos o del quirófano. Para algunas ha sido más traumático que para otras, pero el denominador común es la intervención fría, poco humana y muchas veces en contra del desarrollo natural de un parto. Y eso que no hablamos aquí de lo que puede ser tal experiencia para el bebé.
Y atención, que no estoy desconociendo aquí los beneficios que la medicina occidental le ha traído a la humanidad con sus maneras de tratar situaciones de urgencia que en tiempos remotos no podían ser tratadas. Por supuesto que hay casos en que es necesaria la intervención, casos en que una cesárea puede salvar una vida, y que una intervención a tiempo puede evitar complicaciones vitalicias. Pero de ahí a pensar que en todos los casos es necesaria esa intervención y ese protocolo tan contrario a la manera natural de nacer, hay muchísimo trecho.
En realidad, cada mujer debe procurarse el ambiente que la haga sentir mejor, más segura, más cuidada, más confiada. De eso se trata todo. Por eso el lema para este 2018 de la Semana Mundial del Parto Respetado, impulsado por la OMS, es «Más cuidados, menos intervenciones». Las madres necesitan recordar cómo parir. Sentirse cuidadas y seguras es lo más importante. Y los profesionales que acompañan los partos necesitan recordar que mientras más segura, amada, cuidada, protegida, escuchada y valorada se encuentre una mujer en el momento de parir, menos necesaria se hará la ayuda externa que tenga que recibir.
Algo tan trascendental para una mujer como dar a luz —y para cualquier ser humano como lo es nacer— no debería convertirse en una experiencia traumática que tenga que sanar varios años o décadas después. Más bien tendría que ser una experiencia iniciática que quizás hasta le ayude a ella a sanar su vida anterior para poder dar a luz una nueva vida sana, sin traumas ni heridas emocionales. Y para el recién nacido debería ser un recibimiento rodeado de amor y cuidados, de empatía y apoyo, de atención total a sus necesidades inmediatas, en una situación tan crucial como vulnerable para todo ser humano como es llegar al mundo.
Las mujeres sabemos cómo parir sin ayuda. El hecho de que no lo estemos logrando en estos tiempos debería cuando menos cuestionarnos sobre qué tanto nos conocemos, qué tanto habitamos nuestros cuerpos y, una vez más, a quién le estamos entregando nuestro poder.