Dándole vueltas a la idea del círculo de historias
El círculo se ha creado. El círculo se reúne. Hay mujeres que lo necesitan, que lo mantienen. El círculo se hace solo. El primer círculo es una semilla que se echa a germinar, pero la semilla crece con la luz, el agua, el aire y el calor de todas. Una sola mujer es un círculo, pero una sola mujer no puede mantener otro círculo. Nos necesitamos todas. Por diferentes que seamos, o gracias a eso, mientras más nos reunimos, más crecemos. Una mujer es el círculo que crece dentro de otro círculo. Una mujer encierra muchos círculos en sí misma, pero ella solo es uno, de la misma manera que todos los seres humanos somos uno. Una mujer y otra mujer comprenden esto intuitivamente al mirarse a los ojos. Que son diferentes, pero son más iguales que diferentes. Que el fuego impetuoso o apacible que arde en esos ojos consume las mismas pasiones, los mismos dolores, el mismo júbilo que la raza humana conoce desde sus orígenes.
No somos distintas. Ni de las mujeres, ni de los hombres. Deberíamos dejar de enfocarnos en lo que nos divide y concentrarnos más en lo que nos hermana. Somos débiles porque estamos divididos. Fuimos separadas. Dejamos olvidado el fuego del hogar y olvidamos que somos hermanas, que no hacía falta competir. Porque el hogar no lo mantiene una sola, el fuego no lo alimenta una sola. Somos todas, siempre lo hemos hecho entre todas.
Por eso es importante que nos volvamos a contar las historias. De lo que una ya sufrió y no necesitamos sufrir todas. De lo que otra disfrutó y ahora podemos gozar todas. Reírnos juntas de los miedos pasados, ladrarle a los miedos presentes, y llorar por la fugacidad de la vida, que parece que no nos diera tiempo de aprender a disfrutarla antes de olvidarla con la muerte.
Lo que necesitamos saber para arreglar el mundo {para ser felices} ya lo sabemos, solo que lo hemos olvidado. Nos hemos olvidado, y para reconocernos tenemos que contarnos lo que nos ha pasado.
Para recordar.
Ven y cuéntanos tu historia.