Demasiadas historias para ser contadas
Tarde del 26 de febrero, no sé si la más lluviosa de la semana. Una granizada y un evento nos demoran, pero llegamos. Ahora somos seis de nosotras, el fuego arde y podemos al fin hablar tranquilas. Una coincidencia entre mis sueños y la vivencia de Ángela inicia la ronda: un temazcal al que parece que ambas asistimos en diferentes planos de la realidad. Diferente pero similar. Reímos en nombre de la abuela Margarita que pasó fugazmente por el círculo. Quizás el futuro alguna vez nos regale con su presencia.
Pocas y distintas, nos contamos las vidas, pues todos vivimos varias vidas en esta, cada historia es una pintura única y diversa. Nuestras propias historias se anudan unas a otras como en las noches de Scheherezade y miles de cabos quedan sueltos, cuento sin terminar que a veces vuelven al final de la tarde, y otras al final de toda una vida. Descubrirse navegando el mar de historias vitales, encontrar relaciones, razons y similitudes. Cada nueva historia genera una nueva relación, una nueva idea, un nuevo camino. Algunas se dejan atrás, otras se retoman, otras adquieren fuerza. Brotan, surgen y desaparecen, como la vida misma en el eterno presente, en donde debes estar atenta si quieres anudar una nueva historia, pues cuando la anterior pasa, ya perdiste el cabo con el que ibas a amarrarla…
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De aquí y de allá, escuché historias de abuelas, esas mamás en grande que a veces educan (o maleducan?) a los nietos mejor que a los hijos. Hay abuelas que saben y enseñan, otras que saben y no enseñan, y otras que callan y no sabemos lo que saben. Pero de seguro que todas saben algo. Tener hijos que después tienen hijos es más tiempo del que cualquiera de nosotras lleva en este mundo, algo deben saber que nosotras no. Por eso es importante seguir escuchando a los abuelos, en la reunión familiar o en la secreta, para que nos cuenten todas las historias que vivieron para nosotros. Rescatar los saberes ancestrales, sea costura, cocina o jardinería.
{Un día tenemos que hacer un círculo de abuelas. Y una buena manera de empezarlo es hablar más con nuestras abuelas, vivas o muertas. Las abuelas muertas también hablan, si una las sabe escuchar. A veces la escucha tiene forma de pregunta}.
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De aquí y de allá, escuché historias de maltrato a las mujeres, porque todas conocemos a alguna mujer maltratada o violada, que puede ser nosotras mismas. Se habla tan poco de ello, que se calla por defecto y lo que debería hacerse es gritarlo. Como la marcha que alguna propuso: salir todas desnudas a marchar por las calles gritando furiosas: «¡A nosotras no nos tocan!». Estoy segura de que ese día no habría incidentes con las manifestantes. Entre todas sabemos protegernos {y por eso deberíamos estar más unidas}.
Lo que nos hace vulnerables es el miedo. Miedo a decir que no, un ¡No! enérgico que espante a todos los demonios y se escuche hasta el otro lado del mar. En vez de eso, el miedo se apodera de nosotras, nos atenaza la garganta y alimenta a nuestro agresor, de ahí viene su poder.
Aunque enfrentarse al miedo mismo, no sobra decirlo, es una tarea de toda la vida.
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Pero es que aquí todos vivimos llenos de miedo, hombres y mujeres por igual, que no nos atrevemos a ayudar a nadie por la calle, o a salir de noche, o a gritar públicamente una injusticia, o tan siquiera a mojarnos bajo la lluvia. Incluso el miedo a decir que tengo miedo, o a ser descortés, son de nuestros peores ladrones. Aprender a decir lo que pensamos, a confrontar, es un aprendizaje difícil para quien nunca lo ha hecho, pero una vez se adquiere el hábito, uno ve todos los problemas que se habría podido ahorrar si lo hubiera aprendido antes…
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Entre historia e historia, hablamos de las etiquetas con que se clasifica socialmente a las personas. Las hay de todo tipo: de género, de sexualidad, de religión, de raza, de grupo social, ¡hasta de estrato!
¿Cómo quitárnoslas? ¿Cómo dejar de usarlas, incluso involuntariamente? ¿Cambiando el lenguaje? Sí, pues el lenguaje es el vehículo del pensamiento. Pero más importante que el lenguaje, es cambiar el corazón, pues es el corazón el que verdaderamente habla desde el fondo de nuestro ser.
En el corazón nacen los sentimientos que animan a las palabras, pero son ellas las que lo tienen encadenado. Y para desatar un nudo hay que tirar un poco de cada lado, forcejear un poco, suavemente. A veces lo que debemos hacer es quedarnos quietas y observar, para saber cómo seguir, cómo elegir, cómo decir. Observar atentamente. Ser concientes. {La conciencia es la luz al final del túnel oscuro de nuestros tiempos turbulentos}.
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De aquí y de allá escuché historias de independencia. La que tiene alguien cuando se va de la casa de sus padres, o la que tiene un niño cuando debe empezar a prepararse su propio desayuno. La independencia se enseña desde la niñez.
No se puede hacer dependiente a alguien «sólo hasta los 18 años»: si lo haces dependiente durante 18 años, no se volverá dueño de sí mismo a los 19. Amar a los hijos no es consentirlos: amarlos es enseñarles desde pequeños a manejar las cosas a las que tendrán que enfrentarse tarde o temprano {y no se vale decirse la mentira de que uno siempre estará ahí para sacarlos de apuros, de que ellos nunca tendrán que preocuparse de esas cosas}. Por duro que pueda parecer, enseñar un buen hábito en la infancia es, en realidad, hacérselo fácil a los hijos, pues para ellos adquirir el mismo hábito en la adultez será una dura prueba que muchos deben sortear so pena de pasarlo realmente mal. Es mejor llegar a grandes con medio camino hecho.
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En un círculo se crea un espacio íntimo, en el que sabemos que seremos escuchadas, y que no seremos juzgadas. Esto permite que seamos sinceras unas con otras, un entorno poco común en nuestra vida diaria. Pero así debería ser siempre, con todos deberíamos ser sinceros. Como si cada grupo de las personas con las que nos relacionamos fuera su propio círculo y se pudiera compartir bajo las mismas circunstancias, sea en el trabajo, en la clase, en la vida. Pues bien, siempre se empieza por uno. Nuestra propia sinceridad atraerá a otras personas sinceras que cambiarán nuestro entorno, y animará a muchos a mostrarse igualmente sinceros. Deberíamos abrirnos al mundo de misma manera en que nos abrimos a un círculo.
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Así que hablamos así, solo para conocernos más, para saber de qué diferentes mundos venimos a converger en el círculo. Cada voz es una tonalidad única e irreemplazable, un canto que no puede ser cantado por nadie más. Por eso es importante unir nuestras voces. Por eso no es suficiente escuchar desde la distancia: todas tenemos que cantar para que el coro funcione. No dejen que el mundo las absorba. Yo sé que todo quita tiempo, el trabajo, la pareja, los hijos, la universidad, la casa, los amigos. Sólo espero que entre todo ese tiempo que le regalamos tan generosamente al mundo no estemos olvidando darnos tiempo también a nosotras mismas {sea en el círculo o en cualquier otro espacio}. A sentarnos a no hacer nada. Nada de nada. No tener que hacer nada de vez en cuando hace buena falta. No se agoten.
Hasta el próximo círculo.
El vídeo de la abuela margarita hablando sobre el femenino en el hombre y la mujer, el corazón.
http://www.youtube.com/watch?v=Grk4hNL9lFE