Círculo de historias en luna llena
Círculo quincuagésimo cuarto
Luna llena de Escorpio. Festividad de Wesak*
Círculo abierto de historias en la casa de Sonia.
Jueves 11 de mayo, en la primavera del año del Gallo de Fuego (2017 E.C.)
* Wesak es la festividad más importante del budismo, en la que tradicionalmente se celebra el nacimiento de Buda, su iluminación y su muerte, ocurridas todas en esta misma época.
Así se convocó
Ven a compartir las historias que necesites compartir, o las que surjan, a celebrar la primavera, a celebrar la luna llena de Wesak, a celebrar lo que tenemos aquí y ahora, a celebrarte a ti.
Algo sobre el círculo
Este círculo fue para mí como sumergirme en una piscina refrescante que llevaba anhelando hace tiempo. Incluidos los nervios previos, la fugacidad de la zambullida y cierta confusión al verme en medio del agua. Por primera vez en más de un año pude reunir un círculo en mi casa, después de una temporada viviendo en el campo. Me hacía falta.
Ahora, cada que me siento a escribir sobre el pasado círculo surge algo que no fue exactamente el centro de la reunión, pero que quedó en el ambiente, como una esencia sutil que no había notado en el momento y que después flotaba todavía en el aire cuando todas se fueron. Escribo aquí sobre eso que quedó, sobre lo que el círculo dejó para mí. Dejo de resistirme para tratar de encajarlo con «la memoria del círculo». Y me recuerdo a mí misma que cada mujer experimenta el círculo de manera diferente, y que su escucha personal está mediada por su propia realidad y su propia experiencia. Para ninguna es igual, y a cada una la toca de muy diferentes maneras lo que escucha. Sé que podría pedirle a cada asistente que escribiera algo sobre el círculo, y cada una escibiría algo completamente distinto. Soy consciente de cada una de esas versiones forma parte del mismo círculo y es tan válida como las demás.
Esto fue, pues, lo que me surgió a mí después de pasar esa luna llena reunida con otras nueve mujeres, y sé que es un mensaje que el círculo dejó en el aire para que yo lo recibiera y lo transmitiera aquí no solo para quienes asistieron sino para todas las que leen esto. Los mensajes que deja un círculo son patrimonio de todas las mujeres, pues todas formamos un solo círculo.
Luna llena en Escorpio. Diez mujeres y una bebé de brazos. Suficientes historias para recordarnos algunos asuntos urgentes. El más de todos, si atendemos a las señales (que sí existen): ser amorosas con nosotras mismas, cuidarnos, tratarnos bien. Una pregunta al aire, surgida en medio de la sabiduría circular: ¿Cómo te tratarías si tú fueras tu mejor amiga? Esta pregunta, en apariencia inocente y sencilla, nos puede sumergir en niveles muy profundos…
Para empezar, no es una pregunta tan inocente: si no somos las mejores amigas de nosotras mismas nos va a costar un esfuerzo desmedido expandir el amor afuera de nosotras. Y un esfuerzo desmedido no se puede sostener en el tiempo, porque es una energía que sale pero no se renueva. Al principio no nos damos cuenta, pero luego resulta que este flujo sin retorno al final nos agota y nos reseca.
Así que esa inocente pregunta al aire nos obliga a mirar hacia adentro [y todo —ya lo sabemos— proviene siempre del interior]. Observarnos. Estar atentas a nosotras, a lo que hacemos, a lo que pensamos, a lo que sentimos, tanto en el cuerpo como en el corazón.
Observa, escucha: ¿qué es lo que duele por dentro? Eso que te produce rabia, tristeza, desaliento, incomodidad, ¿en dónde se origina? ¿Cuáles son las raíces de tus emociones? Creemos que están afuera, que somos víctimas de nuestro entorno, de los otros. «Si tan solo cambiara esta situación, si esa persona me tratara diferente, si las circunstancias externas fueran otras…». Pero no hay tal cosa como circunstancias externas, cuando empezamos a observarnos sinceramente. Ese entorno en realidad nos está hablando de nosotras mismas. Nos conocemos en esos otros.
Si nuestro entorno se ve confuso, nebuloso y oscuro, es el reflejo de la sombra que nosotras mismas proyectamos. Afuera nos habla de adentro. Y Escorpio nos habla de la sombra, de lo que tenemos oculto y no reconocemos, de lo que preferimos evitar o abiertamente ignoramos. Y como no lo reconocemos se nos refleja afuera para obligarnos a verlo. Nuestra tarea entonces no es atacarlo, porque atacar un espejo no tiene sentido. Lo que corresponde es no desviar la mirada y observar bien eso que no nos gusta en nuestro reflejo. Y mientras observamos necesitamos despojarnos de los juicios, porque cuando juzgas estás dejando de observar lo que es y reemplazándolo por lo que querrías ver, por cómo se supone que debería ser, y esto es una velada forma de ataque.
Pero observar no es atacar. Observar es aceptar. Cuando observamos verdaderamente, dejamos de atacar y permitimos que lo que es, sea. Y cuando aceptamos podemos por fin soltar, porque ya no estamos resistiendo, tratando de controlar, tratando de cambiar la situación. Ten en cuenta que esa «situación» no se presenta para que la cambies, sino para que te sumerjas en ella y la observes sinceramente, para que la explores, para que la conozcas tal como es. Y de esta manera la aceptes, la abraces, la vivas intensamente y por lo tanto la disfrutes. Puede ser un sentimiento de alegría o de dolor, que no son sino dos facetas del mismo sentir, de la vida misma. Somos nosotros quienes les hemos puesto esas etiquetas, para confundirnos, para hacernos desear la una y rechazar la otra.
Aquí ya no se trata de buscar «estar bien», porque cuando eres capaz de aceptar eso que llamas dolor, cuando te sumerges en ese vacío al que le temes, o en esa sensación intensa a la que le huyes, empiezas a entender que la vida consiste en aceptar lo que es, tal como es. Y lo que llamas dolor se convierte en otra cosa, y dejas de sufrirlo porque ya no te resistes. Resistir es aferrarse. Aceptar es soltar. Y esta luna llena de Escorpio nos habla también de soltar.
Así que de eso se trata observarnos sin juzgarnos. Aceptarnos tal como somos. Aceptar lo que vemos adentro porque es lo que somos. Tal como nos sentimos. Aceptar lo que vemos afuera porque eso es también lo que somos. Esto también es ser amorosas con nosotras mismas.
Pero voy a repetirlo, porque sé que es importante: Sé tu mejor amiga. Aprende a aceptarte, a quererte, a maternarte. Encuentra las herramientas que funcionan para ti. Cree en tus verdades, las tuyas propias. Por encima del qué dirán, del qué dijeron, del qué dirían… Importas tú. Lo que es bueno para ti. Lo que resuena cierto para ti. Lo que eres. [Y esta («¿quién soy?») es una pregunta que debes hacerte siempre, a cada hora, a cada momento. Te vas dando cuenta de que tus respuestas cambian, se reemplazan, se suceden unas a otras. Y esta plasticidad de la respuesta debería ser suficiente para preguntarte una vez más: ¿quién soy de verdad?].
Entonces: ¿estás siendo amorosa contigo misma? ¿Te estás permitiendo lo que necesitas para estar bien? ¿Estás escuchando a esa niña interior que reclama tu atención? ¿Qué te está pidiendo? Observa lo que sientes, lo que te dices a ti misma. A veces la niña se siente tan sola y asustada que se defiende con enojo, con rabia, se vuelve conflictiva, te ataca. ¿Cómo te estás tratando? La manera en que nos tratamos a nosotras mismas es la semilla que sembramos para el trato que nos darán los demás. Pero justamente si me estoy atacando, me hago vulnerable para que los demás me ataquen también. Pero si me estoy atacando no lo puedo detener regañándome a mí misma: si una niña enfurecida te ataca no la atacas de vuelta. La observas, la escuchas, tratas de comprenderla y procuras darle lo que en realidad le hace falta. ¿Qué necesitas? ¿Qué te estás negando? ¿Qué te está haciendo falta? Lo más probable es que eso sea un abrazo, una palabra dulce, un gesto amoroso. Pero eso no tiene que venir de afuera, sino de tu propio ser, de ti misma. Solo así eres capaz de levantarte.
Una vez que te observas, te aceptas y te abrazas, una vez que reconoces lo que te duele, lo que te hace daño, lo que no es como te gustaría que fuera pero es lo que es, no queda otra sino rendirse. Aceptar que estamos en el suelo es indispensable para levantarnos. Reconocer que nos duele es también dejar de resistirnos al dolor, aceptarlo, integrarlo y sacar de él la fuerza para levantarnos (por eso de alguna manera estamos más tranquilas, más centradas, más fuertes después de llorar). Si tu niña interior está herida, lo primero y mejor que puedes hacer es reconocer su herida. Este es, también, el secreto de la compasión: reconocer el dolor, abrirle la puerta, hacerlo presente. Y el ejercicio que te estoy proponiendo hoy es que lo hagas contigo misma. Porque es lo que harías con tu mejor amiga: escucharla, dejarla llorar si tiene que llorar, dejarla dormir si tiene que dormir, guardar silencio cuando ella necesita hablar. Tener paciencia, y permitir que salga lo que tenga que salir.
Tu verdad es única. Tu perspectiva es única. Tu experiencia de vida es única. Ayer escuchaba a Loretta Laroche, en un video, decir que todos tenemos, como primer e incontestable logro, el haber sobrevivido a nuestras propias vidas hasta aquí. Y eso no es poca cosa: estamos vivos y lo que quieren que olvidemos es que eso solo es suficiente para ser merecedores. ¿De qué? De la vida, y todo lo que tiene para ofrecer. Este misterio compartido que llamamos conciencia es patrimonio de todos y es nuestra verdadera riqueza, más allá de cuáles parezcan nuestras circunstancias externas. Estamos vivos y tenemos la capacidad de sentir y estar conscientes de esa vida que somos. ¿Estás en un entorno que te reta? Estás viva. ¿Estás atravesando circunstancias difíciles? Estás viva. ¿El lugar en el que estás no es el ideal? Estás viva. Esa es tu verdadera fortaleza, tu verdadero logro, tu verdadera tarea: la vida. Sin eso, no estarías aquí, no podrías percibir que estás aquí, no serías. Pero eres. Todos somos. si estás leyendo esto, eres, estás viva. Es lo que nos sostiene y lo que nos hermana.
Cuando venimos a compartir historias en el círculo, venimos a compartir nuestras vidas, nuestras experiencias, nuestras perspectivas. Alrededor de lo que nos hermana —la vida— vamos tejiendo con el hilo que nos hace únicas —nuestra propia experiencia—. Y así se hace evidente que somos un solo y mismo tejido, del que ninguna está separada. Por eso, lo que una cuenta resuena en las otras, lo que le duele a una lo compartimos todas y lo que una sana lo sana también para todas.
Cada vez lo vamos haciendo mejor, cada vez lo vamos tejiendo mejor, aunque parezca que el tejido ha quedado choto, que tiene errores, que no es como debería ser (una trampa de arrogancia en la que siempre caemos, pero… ¿quién conoce el plano completo de la realidad?). Es como debe ser, y si estamos más atentas al tejer, más conscientes de cada presente de nuestra vida, y lo aceptamos como viene, como lo que es, será cada vez más fácil, más fluido, menos doloroso. O lo que es decir lo mismo: más amoroso. Al final, todo se reduce al amor.
Y el amor empieza siempre adentro, en nosotras mismas, en nuestro propio corazón. Por eso, vuelvo a hacer la pregunta, porque es importante tenerla presente, sobre todo cuando la vida se convierte en un reto: