Agradeciendo treinta y tres círculos hasta el amanecer
Círculo trigésimo tercero.
En noche de luna llena de agosto {día 20}, Año de la Serpiente de Agua {2013}.
Círculo de celebración.
Círculo de agradecimiento.
Círculo de acompañamiento a la cuarta noche de la Danza de la Luna 2013 en Cali.
Amanecida de historias.
¿Dónde fue? En la casa de Ana María (Teusaquillo).
¿Cómo se convocó?
Círculo de luna llena de agosto.
Será un círculo de celebración por las bendiciones que cada una haya recibido este año, por las bendiciones recibidas en el círculo de historias (con este completamos 33 círculos de mujeres desde que iniciamos hace casi 3 años) y para apoyar desde este territorio a las danzantes de luna que estarán en su encuentro anual en Cali, un año después de que la Danza de la Luna quedó sembrada en Colombia.
Velaremos un fuego durante toda la noche hasta el amanecer (¡hay chimenea!) y compartiremos historias, danza, cantos, alimentos, y la medicina que cada una quiera compartir (si no puedes asistir toda la noche, eres bienvenida hasta la hora en que puedas quedarte). La idea de velar el fuego toda la noche es para recuperar esta antigüa tradición que nos permite reunirnos en calma, hablar y compartir con la suficiente tranquilidad como para que aflore todo lo que llevamos escondido dentro, y que siempre es mejor sacar afuera. Permanecer en vela durante una noche entera nos permite reconocer la fortaleza que todas llevamos dentro, así como profundizar en aquellas cosas que el trajín del día a día en la ciudad no nos permite percibir…
Círculo abierto para hombres y mujeres.
Algo sobre el círculo…
Treinta y tres círculos después, todavía no puedo creer que esta rueda haya girado hasta aquí, y me sorprendo de lo diferente que soy ahora, casi tres años después de haberla echado a rodar. El círculo te cambia, pues lo que circula en él se mueve a través de todos los que participan. Cada uno aporta su propia energía, sea en forma de historia, canto, alimento, ayuda, conversación, presencia o silencio. Y cada energía te circula, te traspasa, te deja algo, se lleva algo y sigue circulando. Treinta y tres círculos en los que han participado ya más de 140 personas distintas… necesariamente te cambian.
Eso, y la vida, claro, que siempre te va dejando llena de historias. No llegamos a viejos con mucho más que historias, verdaderamente, y por eso dicen que más sabe el Diablo por viejo que por Diablo {me disculpan que lo escriba en mayúsculas, pero es mejor evitar ofensas entre personajes de tal naturaleza}. En parte por eso, compartir historias es medicinal, pues al compartir una historia estás compartiendo tu saber, una parte de tu vida, una experiencia.
Y justo por eso es importante que las historias que nos contemos sean nuestras. Toda historia vivida es verdadera, aunque sea increíble. Y pues en esta vida sólo sabemos verdaderamente sobre lo que experimentamos, al fin y al cabo vinimos a eso, ¿no?…
Pero nota también que tu saber puede ser compartido de muchas maneras distintas, pues no sólo historias hay en el círculo. Alguien cuida el fuego. Alguien escucha atentamente y ofrece su silencio. Alguien descansa o duerme, para que la energía general no decaiga. Alguien se ocupa de los niños, los suyos o los de otras. Alguien toca el tambor cuando hace falta. Alguien consuela brevemente en voz baja, o alta. Alguien atiende la puerta. Alguien canta. Alguien hace reír a los demás. Alguien comprende y nos comparte su punto de vista. Alguien lleva la fruta de temporada. Alguien lleva comida hecha en casa. Alguien comparte plantas medicinales. Alguien pone las flores en agua. Alguien echa un leño al fuego cuando solo quedan brasas. Alguien se interesa por una historia. Alguien nos permite estar en su espacio, aunque no pueda compartirnos su presencia. Alguien teje, o nos enseña sus tejidos. Bueno, a la larga todos tejemos. Tejemos las historias, las miradas, los sentires. Tejemos sentirnos iguales, cada quien con sus miedos, sueños, dolores, alegrías. Pues cada historia escuchada nos habla de una historia propia. De aquella vez que yo misma sentí miedo, que estuve sola, que creí desfallecer, que me sentí enamorada, que fui valiente, que me atreví, que solté, que tuve vergüenza, que me asombré…
Cada historia me recuerda las historias que yo protagonicé y me doy cuenta de que no somos muy distintos, que sentimos a la larga las mismas cosas, aunque las sintamos por razones diferentes. Pensando en por qué sucede esto, hilaba mi mente que las historias están hechas de palabras. Las palabras son del reino de la mente. La mente establece relaciones de unas cosas con otras (sin importar cuán arbitraria sea la relación). Así que de alguna manera, contar historias es una manera de usar la mente para llegar al corazón. Pues en un círculo de historias lo que tejemos son corazones, almas, vidas. Cada historia nos habla a todos de maneras únicas y completamente personales. Y observando, y escuchando, o simplemente estando, siempre se aprenden un montón de cosas en los círculos…
Aprendí, por ejemplo, que los arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta tejen el amor en sus mochilas, y son capaces de leerlo en ellas, así como la firmeza, el pensamiento, el estado interior de una persona. Se enamoran hilando, se enamoran tejiendo y se enamoran entregando una mochila. Y en ella tejen la vida, las cosas de las que la vida está compuesta y las que nos dejaron quienes vivieron antes que nosotros. Al tejer, se teje el pensamiento, la acción, el momento. {Me alegra entonces poder tejer un rato dentro de cada círculo que transito, pues eso significa que cada círculo queda tejido en mi mochila, que, aunque de lanas artificiales y colores contrastantes, es bella como es bella la creación de cada persona por el hecho de ser auténticamente suya}.
Aprendí que decir y hacer tienen que ir juntos, pues cuando se dice algo que no se hace, es como si acumuláramos tareas pendientes que, así sin hacerse, nos van quitando energía, foco y atención. Así que, si llevas mucho tiempo diciendo, es hora de sentarte {o pararte} a hacer por fin, pues el sol no espera a nadie.
Aprendí que de todos se aprende, y por lo mismo tanto es importante que todos formen parte, a la manera que cada uno quiera. La energía de un círculo se potencia cuando se le permite circular. Nadie debe sentirse por fuera.
Aprendí que no tener un tema para las historias nos da el regalo de los temas espontáneos, como la pregunta sugerida «¿Cuál fue tu última primera vez?», a la que siguieron las más variadas historias:
- Una primera (verdadera) toma de peyote.
- Una primera (verdadera) minga.
- Un primer retiro de meditación a la montaña durante cuatro días.
- Un primer viaje de varios días en bus hacia un destino desconocido, sin contacto con la familia, obligándose (satisfactoriamente) a aceptar la ayuda de desconocidos y encontrando también una familia de espíritu en tierras extranjeras.
- Una primera cosecha de algo sembrado y cuidado por las propias manos.
- Un primer parto, ¡y al natural!
- Hasta un primer incendio en la casa.
Acaso se me pasó alguna primera vez, de todas las contadas… Empezando por mí, pues esa noche fue la primera vez que convoqué a un círculo para amanecer contando historias y la primera vez que compartí tabaco para agradecer, pues todos tenemos razones para sentirnos agradecidos, aunque no nos demos el espacio para reconocerlo. Agradecer, dicen las abuelas, trae muchas bendiciones. Y agradecer haciéndolo consciente en un acto que realizamos en el plano «físico» {como ofrendar un tabaco al fuego} concentra nuestra atención y enfoca nuestra intención. Y bueno, ya todos sospechamos que la mente es poderosa… ¿o no?
Ya de madrugada, cuando el cansancio parecía apoderarse de mí, re-aprendí que la mejor manera de empezar el día es cantando, y que la música nos puede revivir e iluminar en el momento más oscuro de la noche. Y todos los que estábamos despiertos debimos sentirlo, pues no dejamos de cantar hasta que ya no hizo falta alimentar el fuego para ver nuestros rostros, y fue la mejor manera de ayudar a despertar a quienes dormitaban a nuestro lado.
Estas son sólo un puñado de las muchas cosas que escuché y aprendí esa noche, reunida con veinte almas (diecisiete adultos y tres niños) con las que compartimos, así, nuestros saberes, historias y seres.
El tejido crece y se fortalece. Muta, cambia y se enriquece siempre con cada nueva historia, cada nueva experiencia, cada nuevo lugar que descubrimos y en el que dejamos nuestra energía.
Treinta y tres círculos después me alegra siempre seguir viendo caras nuevas, que además se confiesan nuevas en los círculos, así como las que ya han circulado por tantos otros que saben lo importante que es la simple presencia, aunque eso te cueste el esfuerzo de la amanecida cuando ya de por sí vienes cansada.
Estar en el círculo es ya pertenecer al círculo y por eso mismo estos círculos siempre se han mantenido abiertos y siguen invitando tanto a quienes vienen por primera vez como a quienes quieren repetir, una o treinta y tres veces.
Agradezco infinitamente a todas las presencias, largas, cortas o fugaces, que hicieron realidad este círculo y que han hecho realidad todos los círculos realizados hasta ahora. Agradezco a las confluencias y singularidades que han permitido que cada encuentro haya sido lo que fue. Agradezco al Gran Gran Gran Misterio por permitirnos esta experiencia. Ahó.